Hoy no ha sido un buen día. Vivo inmersa en una de esas temporadas en las que cada mañana tengo que darme ánimos para ir capeando lo que pueda depararme el paso de las horas. Y quizá esta tarde, he necesitado tener más energías para infundírselas a una de mis mejores amigas que, las necesita con urgencia y en cantidades industriales.
A. y yo somos amigas desde hace más de cuatro décadas. Hemos compartido infinidad de alegrías y penas. Esos años dan para mucho. Pero lo que ahora le toca vivir es demasiado. A veces la vida es inmensamente cruel. Esta, es una de ellas.
Hace cuatro años, A. vio atónita como su matrimonio se rompía. Una noche, su esposo no volvió a casa después del trabajo. Pasaron varios días sin saber de él. Comenzaron a llegarle noticias que lamentablemente se confirmaron. Una joven se había cruzado en su camino y había tomado el atajo más cómodo. Se dejó llevar. La separación fue dura y dolorosa para mi amiga. Para él, no tanto. Con él se fueron los ahorros que habían en sus cuentas bancarias. A todo el daño moral se sumaba el material. Sólo le quedó la casa dónde mi amiga vivía con sus dos hijos. Al ser una propiedad del esposo desde antes de casarse, quedó estipulado en la separación que ese sería el hogar de la esposa y los hijos hasta que el menor de ellos fuera independiente. Pero a la ilustre abogada que llevó el caso se le "olvidó" ir al registro de la propiedad y añadir esa cláusula para que constara la carga que tenía esa vivienda y no pudiera venderse. Y comenzaron a sucederse los errores.
No sabemos con quien se juntó el ex y a que negocios se dedicó. Pero tuvo que salir a toda prisa hacia un país del otro lado del charco y, para hacerlo, malvendió el piso con su ex-mujer y los hijos dentro, aludiendo -con engaño- que la vivienda "estaba libre de cargas". El indeseable que compró la propiedad a muy bajo precio y aprovechándose de la prisa del propietario de salir por piernas del país, resultó ser un buen pájaro de cuentas. Cuando se percató de en que condiciones estaba el piso que había adquirido, intentó revendérselo a mi amiga por una cantidad exorbitante. Lógicamente no llegaron a un acuerdo y él decidió dejar de pagar la hipoteca pendiente al banco. Lo que sigue es fácil de imaginar. La semana próxima, la propiedad sale a subasta. El precio, desorbitado. Inalcanzable.
Esta tarde, cuando A. me ha llamado para contarme lo de la subasta, me ha dejado sin palabras al escucharle decir:
-Toda mi vida está aquí, entre estas cuatro paredes. Y me tengo que marchar. Me tiran...
La vida, ultimamente, está siendo muy cruel con ella. En su camino se ha encontrado un mal marido. Una pésima abogada que no ha sabido hacerlo mejor. Un cuervo, que vive -y muy bien- de las permutas que hace con desesperados y un banco que, siendo un negocio frío dónde sólo importa-lógicamente- la cuenta de resultados, tiene que sacar la propiedad a subasta...
En estos cuatro años tan duros, mi amiga ha perdido muchas cosas. Entre las más importantes, su salud. Una enfermedad le va destruyendo lentamente sus huesos y ya ha sufrido una operación en la que se le ha implantado una prótesis para recomponer una de sus caderas.
Esta tarde, cuando me preguntaba qué podía hacer, me he sentido impotente. Sólo le he dicho que tiene que seguir siendo fuerte. Que vamos a estar con ella en todo momento. Que tiene dos hijos por los que luchar...
Mientras esto escribo, me la imagino sentada detrás de la ventana de su salón. Allí nos cuenta que pasa sus noches en blanco. Mirando al cielo y, quizás... esperando un milagro...
Maat