Al leer la propuesta de esta semana en el blog de Gustavo http://callejamoran.blogspot.com/,
decidí relataros la simpática anécdota familiar que envolvió la designación de mi nombre de pila.
Cuando mi madre recibió los primeros avisos de mi llegada, nadie esperaba, ni por asomo, que la familia pudiera aumentar. Mi padre, prácticamente acariciaba la cincuentena y fue el que más celebró la buena nueva. Mis hermanos mayores, veinteañeros, tardaron en asimilar el hecho, y para la que hasta entonces había sido la pequeña y mimada de la familia, fui un golpe bajo.
Pero mira por donde que mi futura presencia iba, de entrada, a solventar un problema que en el seno de mi familia se había estancado desde el mismo momento que a mi hermana- la del golpe bajo- le pusieron de nombre María del Pilar. Y os lo explico.
En mi hogar, teníamos la clásica tía mayor, soltera, con cierto protagonismo en los asuntos familiares. Era una persona con profundas convicciones religiosas y, como buena extremeña, devota de Nuestra Señora de Guadalupe. Ya intentó que a mi hermana mayor le pusieran este nombre, pero mi padre, al ir al juzgado, la inscribió como María del Carmen, quiero imaginar que con el beneplácito de la madre de la criatura. Tuvieron sus más y sus menos cuando mi tía conoció la noticia, pero mi progenitor, con mano izquierda, la convenció de que, al fin y al cabo, le habían puesto el nombre de otra Virgen, y que todas las advocaciones se referían a la Madre de Dios. Y parece que coló...
Luego vino un varón. Y llegaron tres nombres para él: Vicente, Luis, Eusebio. El primero, para seguir la tradición familiar, el segundo, me imagino que fue para alagar a la tía, quien presumía de un nombre compuesto: Balbina Luisa, el tercero, en honor del abuelo...
Con la llegada de la siguiente niña, parecía estar claro el nombre que iba a recibir. Pero tampoco. Fue inscrita como María del Pilar y ahí comenzó el conflicto. De nada sirvieron las explicaciones. Esta vez no coló ninguna de ellas. Y ante lo irremediable de la situación, la señora Balbina Luisa comenzó y -amenazó que para siempre- a llamar a mi hermana "Encarnita". Y lo cumplió.
La condescendencia que mis padres tuvieron con ella fue infinita. Hasta que yo llegué...
Mis tres hermanos eran pelirrojos y de piel muy blanca. Cuando yo nací, mi tez era morena, como si viniera de tomar el sol en una playa caribeña, y mi pelo era largo y negro azabache...
-Es morena, como la Virgen de Guadalupe...-musitó mi tía asomándose a la cuna.
Por aquellos días, mi padre hubiese sido capaz hasta de subir en globo si alguien se lo hubiese pedido.
Recibí las aguas bautismales con el nombre de María de Guadalupe. Nombre que acorté con mis primeros balbuceos, dejándolo en un escueto "Pupe". Así me llaman todavía en el entorno familiar.
A mi hermana María Pilar, nunca más volvieron a llamarle Encarnita.
Maat