Esta semana, Gustavo, desde su blog, nos invita a hablar de las "Mentiras".
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Era media mañana y, todavía con mi pijama puesto y envuelta en un batín heredado de mis hermanas, me acomodé en la mesa camilla que había en el salón de mi casa dispuesta a escribir mi carta a S.S.M.M. los Reyes magos de Oriente. En mi estuche de piel verde aceituna busqué el lápiz que más punta tuviera y que me permitiera hacer una letra lo más redondilla posible para que la "reina" que me leyera, lo entendiera todo enseguida. Terminé de perfilar la mina de uno de aquellos lápices color madera con goma incluida en uno de sus extremos-que más que borrar, ensuciaba-con mi sacapuntas preferido, el plateado.
Sólo había escrito el clásico encabezado: "Queridos Reyes Magos:", cuando la cara pecosa de mi hermana mediana se acercó a la mía y muy bajito, para que no la escuchara mi madre que andaba por la cocina preparando la comida, me sometió a un incómodo interrogatorio:
-Pero...¿este año aún vas a escribir la carta a los reyes? ¿No te han dicho tus compañeras de colegio quienes son los magos de Oriente...?
No supe que contestarle. Me quedé mirándola fijamente y ante mi sorpresa me espetó:
-Pues que sepas que los reyes magos no existen. Son los papás los que compran los juguetes y quienes nos los dejan cada año en la galería...
Yo no daba crédito a lo que me estaba descubriendo mi hermana; tenía una habilidad especial para complicarme la vida en muchas ocasiones y esa, creía que era otra de sus martingalas.
Siguiendo sus instrucciones, esperé a que mi madre bajara al horno del barrio la cazuela de barro donde había preparado el clásico "arroz al horno" y, cuando nos aseguramos que salía de la finca, corrimos a un cuarto de mi casa donde iban a parar todos los trastos. Me encantaba jugar en esa habitación...
Con una maestría increíble, mi hermana se dirigió al viejo baúl que estaba medio desvencijado, le despojó de su funda y abrió ante mi sorpresa. Retiró una colcha de seda color oro viejo, salpicada de pavos reales en tono añil brillante que perteneció a mi abuela y quedaron al descubierto las bolsas de tela de colores donde mi madre guardaba los regalos de "los reyes" y que cada año encontrábamos amontonadas junto a la bandeja vacía de pan duro que me encargaba de preparar para los camellos...
No me atreví a abrir ninguna, pero quería comprobar que era cierto que dentro habían ya regalos preparados. Las palpé y allí estaban. Mi hermana no me había mentido. Pero me había proporcionado una sensación muy difícil de explicar. Apenas pude articular palabra.
El ruido de la llave en la cerradura me hizo reaccionar. Pero ya era tarde. Mi madre regresó antes de lo previsto y nos pilló intentando dejar el baúl como estaba. Su enfado fue descomunal. La regañina terminó con una frase que sabíamos a ciencia cierta que iba a cumplir:
-Este año no hay reyes...
Con una mezcla de tristeza, desengaño y susto por todo lo que acaba de vivir, sólo acerté a preguntar -mientras por mi mejilla rodaban unos sentidos lagrimones-
-Mamá, ¿lo del Niño Jesús también es mentira...?
-Tú y yo ya hablaremos, sentenció.
Efectivamente, ese año los reyes pasaron de largo por mi casa. Y nunca más hablamos del tema.
Es la mentira que más daño me ha hecho en mi vida. La que peor encajé. La mentira que me enseñó a empezar a dudar de muchas cosas. Me marcó para siempre...
Maat