No recuerdo haber estado tan pendiente de las noticias desde el famoso 23F. En aquella ocasión, a mi esposo también le pilló el cotarro fuera de casa. Hoy, y gracias a los salvajes y despreciables controladores aéreos, la inquietud ha irrumpido de lleno en nuestras vidas. Mientras millares de personas ilusionadas preparaban sus viajes en este generoso puente, un grupo de innombrables urdían su plan para conseguir unos objetivos que, sin duda, no se merecen. Su falta de escrúpulos hacia nosotros, lo certifica. Han pasado de no controlar el espacio aéreo, a controlar -espero que por poco tiempo- nuestra existencia. Y eso, deben pagarlo muy caro.
El pasado jueves, el Orfeón del que mi esposo forma parte en sus escasos ratos de ocio, volaba rumbo a Viena invitado por su Ayuntamiento. La experiencia se prometía inolvidable. Ayer, tuvieron su primera actuación, y según me relataba anoche por teléfono, fue muy emocionante. Practicamente indescriptible. Tanto él como sus compañeros, estaban felices.
Hoy, esa felicidad, se ha visto empañada por las noticias que van produciéndose gracias a la actuación cobarde y silenciosa de los incontrolados controladores.
A pesar de todo, el problema de mi familia por estas circunstancias es ínfimo al lado de otras situaciones que hoy estamos conociendo gracias a los medios de comunicación. Esta mañana, una prima de mi esposo que me ha llamado desde Mallorca para interesarse, me ha dicho que en la isla lo están pasando muy mal pensando en la imposibilidad de salir de alli en caso de una emergencia de salud. Tan sólo hay que atender las noticias para ver los estragos que la situación está causando dentro y fuera de nuestras fronteras. Aunque los más perjudicados, sin duda, seguimos siendo los españoles de a pie. Más inoportuna no ha podido ser la decisión de estos consentidos personajillos de abandonar sus puestos de trabajo. Gracias a ellos, el caos, está servido.
Ahora, quedamos a la espera de que el Gobierno y los partidos de todos los colores, pongan encima de la mesa sus "reales", se unan y nos saquen del atolladero. Después, deseo con vehemencia, que los culpables paguen por su actuación. Aunque el daño que han ocasionado a nuestro país-el suyo- es irrecuperable. Va a costar lustros limpiar la imagen que damos al exterior. Y eso, nos cuesta caro. Muy caro.
De momento, se ha decretado el estado de alarma. Esperemos que la pandilla de pijos obedezcan y comiencen a trabajar. Y los que no....al trullo.
Os invito a leer cómo empezó todo:
Maat