Loa padres de Paula, buscando una vida mejor, abandonaron su pequeño pueblo natal en la provincia de León por el año 1924. Su destino fue Madrid, capital que para ellos, iba a ser el escenario de una existencia digna donde, por fin, iban a ser felices. Pero los planes les fallaron y las ilusiones se disiparon. Paula, recién nacida y con un hermano de algo más de un año de edad, fueron los primeros que sufrieron la tragedia de la inesperada muerte de su padre. Ricarda, la angustiada madre, encontró trabajo en casa de unos "señores" como ama de leche, y sus hijos los entregó a unos familiares, en su pueblo, para que cuidaran de ellos, pues en el hogar que le daban trabajo, no había espacio para tantas bocas. Y de alimentar a su hija, pasó a darle el pecho a una extraña, hija de unos extraños que, egoístamente la contrataron ante la imposibilidad de criar ellos mismos a su pequeña, nacida casi al mismo tiempo que Paula.
Eran tiempos de verdadera hambruna y los familiares que andaban al cuidado de Paula y de su hermano se negaron a seguir haciéndolo por falta de recursos. Ricarda acudió a por sus hijos al pueblo y los trasladó a Madrid. Pero no a vivir con ella. Los "señores"-que seguían sin tener sitio para esos niños en su casa- se encargaron de todo y a Paula la dejaron en un convento de religiosas y de su hermano, nunca supo nada más...
Así transcurrieron los primeros años de la infancia de Paula. A su madre la veía dos o tres veces al año y, de entonces, uno de los recuerdos más amargos que guardaba en su memoria era revivir los domingos en que compañeras suyas recibían la visita y las muestras de cariño de sus familias. Las noches de esos domingos, "inexplicablemente" para ella, amanecía mojada su cama y, era castigada. Envuelta en sus sábanas mojadas, permanecía en el patio del convento hasta que su ropa de cama se secaba mientras sus mejillas se empapaban de lágrimas, sin que nadie, jamás, la consolara.
Al estallar la guerra, las niñas de ese convento fueron evacuadas a varios puntos de Valencia después de un viaje insufrible. Una tarde, en una pequeña localidad muy cercana a la capital, se hizo bando. Los familiares que quisieran recoger a los niños evacuados, podían pasar por el cine del pueblo a conocerlos. Carmen y Vicente fueron uno de los matrimonios que, solícitos, acudieron a dicha cita y de todos los niños que estaban en el escenario del cine para que los vieran, eligieron a Paula. Dicho matrimonio tenía tres hijos varones y no hacia mucho que habían perdido a una hija. Paula, afortunadamente, se integró en esa familia como si fuera una verdadera hija. En ese hogar vivió todos los años que duró la absurda -como todas-contienda nacional.
Con los primeros meses de "paz nacional", todas las niñas evacuadas en esta zona fueron recogidas y llevadas de nuevo a sus respectivos colegios madrileños. Pero Paula no quería vivir allí. Había sido muy feliz en Valencia, viviendo en familia y no dejaba de llorar ni de día ni de noche. No admitía imposiciones, ni le convencían con ninguna clase de argumentos. Para ella solo contaba lo vivido. Y eso, no lo cambiaba por nada. Sus ¿cuidadoras?, alertaron a Ricarda. Consultaron con Carmen y Vicente si querían que la niña viviese con ellos para siempre y Paula pudo volver a Valencia y "vivir" con la que ya consideraba su verdadera familia. Y así lo ha sido.
Pasaron los años y Paula conoció al buenazo de Luis. Se casaron, pero no tuvieron hijos. Durante muchos años han vivido felices, el uno para el otro. Han podido disfrutar juntos de una vida tranquila y placentera. Sin grandes lujos, pero sin privaciones. Este año, será su 58º aniversario de boda. Pero ahora, ya no son tan felices. Una inoportuna nube negra llamada Alzheimer se ha colado en sus vidas. Paula ya es una persona totalmente dependiente y recibe las atenciones que precisa en una Residencia de Ancianos. Luis no ha querido separarse de ella y aguanta estoicamente la degradación física que la enfermedad va causando en su querida esposa. A veces, se queda mirándola y sus ojos se llenan de lágrimas. Pero sigue ahí, a su lado. De día y de noche. Cuidándola, mimándola, protegiéndola con todas sus fuerzas. Con las fuerzas de un joven enamorado que el próximo mes de Julio cumplirá 90 años.
Carmen y Vicente eran los abuelos de mi esposo. Os he traído hoy a los más "mayores" de nuestra familia. Y, aunque la tarea de ocuparnos constantemente de sus necesidades a veces es ardua, os aseguro que tiene sus compensaciones. Me da mucha paz el hacerlo.
Esa paz, se verá gratamente aumentada cuando, la Consellería de "Justicia" y "Bienestar" Social de la Comunidad Valenciana, apruebe la propuesta PIA, pendiente de resolución desde Mayo del 2011 y que asignará una cantidad concreta para que a Paula y Luis les sea más llevadero el gasto del coste de dicha residencia, gasto que, a día de hoy, ronda cerca de los 3.000 euros mensuales.
No hay dinero suficiente para la Dependencia, me argumentan en Consellería...
¡Con lo fácil que sería! Que a todos los chorizos que se lo han llevado, les obliguen a devolverlo. ¡Sobraría y todo! Seguro.
El pensar la cantidad de Paulas y Luises que viven pendientes de que nuestros políticos les faciliten algo su existencia, me aterra.
Disculpadme. Me he salido del tema.
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Lupe