Sin duda, que con el relato de este jueves, vamos a conocernos un poco más. Del enunciado que pone a nuestra disposición Cristina tengo que confesaros que "tan solo" tengo manías. Lo malo es que son varías. Y, como dejó dicho el escritor Baltasar Gracián: lo bueno, si breve, dos veces bueno, voy a intentar que sea lo primero, para no cansaros, y convertirlo en lo segundo...
De todas mis manías, la que más me incomoda es una que me acompaña más de una noche. Soy incapaz de entregarme a los brazos de Morfeo con alguna de las puertas del armario de mi alcoba abierta. Hay veces, que me doy cuenta de ello cuando ya estoy en horizontal y con el libro de cabecera entre mis manos. Y, aunque no me gusta señalar, siempre se queda abierta alguna de la parte derecha, o lo que es lo mismo, la zona destinada a las pertenencias de mi esposo.
-Leo un rato y me levanto a cerrarla-me propongo.
La lectura en el silencio reinante de la noche me va conduciendo a ese sopor que te abre las puertas del maravilloso mundo del sueño. Voy perdiendo la visibilidad de la letra impresa, el libro se acurruca en su abandono, mis antiparras intentan deslizarse de las orejas donde montan guardia, y, de repente, me asalta el recuerdo de que no he cerrado la maldita puerta y dejo a Morfeo empantanado.
Por unos instantes, me debato entre esforzarme en dormir con la puerta tal cual y "superar" esa engorrosa manía o, levantarme y darle un mamporro . Incapaz de lo primero, opto por lo segundo. Y me enrabio conmigo misma por tozuda. Y aún me enrabio más, cuando veo al "olvidadizo" de mi esposo durmiendo plácidamente -en ese preciso momento de mi lucha mental- como un bebé.
Seguiré intentándolo. O mejor. A ver si hay suerte y, el susodicho, me lee este jueves y se enmienda. Sabré recompensarlo...
Seguiré intentándolo. O mejor. A ver si hay suerte y, el susodicho, me lee este jueves y se enmienda. Sabré recompensarlo...
Maat
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