Hace ya algunos lustros que no vivo en Valencia capital. Pero sigo acariciando la idea de, algún día, volver al lugar donde pasé una de las etapas más bonitas de mi vida, la zona de la ciudad más querida y añorada por mi, el barrio de Ruzafa.
Las fiestas de "mi pueblo", como imagino que ya habréis pensado, son las fallas. Y para hablaros de ellas, sin duda necesitaría más tiempo y espacio de los que debo emplear y ocupar hoy. Por eso, tan solo os haré un pequeño esbozo de cómo las he vivido en una determinada época de mi vida.
Por desgracia, mi familia no estaba vinculada al mundo fallero. Eran otros tiempos y, siendo cuatro hermanos, no nos podíamos permitir ciertas cosas. Pero precisamente fue en esa época cuando, paradojas de la vida, más disfruté de ellas. Una de las grandiosidades de las fallas es que todas las actividades se celebran en las calles y eso te hace poder disfrutar de todo aquello que te apetezca del programa, seas nativo, forastero o visitante. Recuerdo con especial cariño las tardes de ofrenda. Fue uno de mis mayores anhelos incumplidos, ya que nunca pude participar en ella. Durante muchos años no me perdí ninguna como espectadora. El ver desfilar a las comisiones camino de la Virgen con sus ramos de flores al son de las bandas de música, es uno de los actos más disfrutados por mi y que aún me emociona hasta las lágrimas.
Ahora, seguramente me dirían los entendidos, que es un trauma que arrastro de mi infancia, pero recuerdo con cierta ternura aquellas tardes en que una de mis mejores amigas, Mª Amparo-está a punto de ser abuela- acudía con su comisión de falla a la ofrenda. Yo estaba con ella ese día desde que empezaban a peinarla hasta que le colocaban la última pieza del espectacular vestuario de valenciana. Después, la acompañaba en su recorrido hacia la Plaza de la Virgen, pero por la acera, sorteando a los centenares de viandantes que me encontraba en el camino, pero al son de la banda de música de la comisión de mi amiga. De vez en cuando, había parones, y me asomaba entre el gentío para ver la cara de satisfacción de mi aliada y como me hacia guiños de complicidad sabedora de que yo, "también estaba haciendo mi particular ofrenda". La seguía hasta donde las vallas me lo permitían y, después, marchaba a toda prisa a esperarla al final de su recorrido para que me contara sus sensaciones vividas al entrar en la plaza y depositar el ramo de flores ante la Virgen de los Desamparados, emociones que hacia un poco mías...
Bueno, va a ser que si. Creo que el tema me tiene aún traumatizada porque, plasmando estos recuerdos en el relato, mi teclado se ha escondido tras unas inesperadas nubecillas...
Maat
Más fiestas en: http://manutais.blogspot.com.es/
Las fiestas de "mi pueblo", como imagino que ya habréis pensado, son las fallas. Y para hablaros de ellas, sin duda necesitaría más tiempo y espacio de los que debo emplear y ocupar hoy. Por eso, tan solo os haré un pequeño esbozo de cómo las he vivido en una determinada época de mi vida.
Por desgracia, mi familia no estaba vinculada al mundo fallero. Eran otros tiempos y, siendo cuatro hermanos, no nos podíamos permitir ciertas cosas. Pero precisamente fue en esa época cuando, paradojas de la vida, más disfruté de ellas. Una de las grandiosidades de las fallas es que todas las actividades se celebran en las calles y eso te hace poder disfrutar de todo aquello que te apetezca del programa, seas nativo, forastero o visitante. Recuerdo con especial cariño las tardes de ofrenda. Fue uno de mis mayores anhelos incumplidos, ya que nunca pude participar en ella. Durante muchos años no me perdí ninguna como espectadora. El ver desfilar a las comisiones camino de la Virgen con sus ramos de flores al son de las bandas de música, es uno de los actos más disfrutados por mi y que aún me emociona hasta las lágrimas.
Ahora, seguramente me dirían los entendidos, que es un trauma que arrastro de mi infancia, pero recuerdo con cierta ternura aquellas tardes en que una de mis mejores amigas, Mª Amparo-está a punto de ser abuela- acudía con su comisión de falla a la ofrenda. Yo estaba con ella ese día desde que empezaban a peinarla hasta que le colocaban la última pieza del espectacular vestuario de valenciana. Después, la acompañaba en su recorrido hacia la Plaza de la Virgen, pero por la acera, sorteando a los centenares de viandantes que me encontraba en el camino, pero al son de la banda de música de la comisión de mi amiga. De vez en cuando, había parones, y me asomaba entre el gentío para ver la cara de satisfacción de mi aliada y como me hacia guiños de complicidad sabedora de que yo, "también estaba haciendo mi particular ofrenda". La seguía hasta donde las vallas me lo permitían y, después, marchaba a toda prisa a esperarla al final de su recorrido para que me contara sus sensaciones vividas al entrar en la plaza y depositar el ramo de flores ante la Virgen de los Desamparados, emociones que hacia un poco mías...
Bueno, va a ser que si. Creo que el tema me tiene aún traumatizada porque, plasmando estos recuerdos en el relato, mi teclado se ha escondido tras unas inesperadas nubecillas...
Maat
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