Esta mañana tenía una incómoda misión que cumplir: acompañar a Luis (tío de mi esposo) al Neurólogo. Y digo incómoda porque, personalmente, lo consideraba una pérdida de tiempo. Pero como no he querido contravenir las opiniones de los profesionales que le cuidan en la residencia donde vive desde hace casi un año, he seguido las instrucciones recibidas.
Hemos llegado al ambulatorio y nos hemos tenido que acomodar en dos asientos separados pues la sala, estaba prácticamente a tope. Luis, que dentro justo de un mes cumplirá los 89, no entendía muy bien el porqué de esa visita. Nadie le ha explicado nada en la residencia y yo, he tenido que echar mano de una pequeña mentira para salir airosa de su extrañeza.
-Es una visita rutinaria, tío. Digamos que preventiva...
En la primera ocasión que se ha abierto la puerta de la consulta, Luis ha escudriñado su interior y sin pensarlo, se ha colocado enfrente de mi lamentándose:
-Yo no quiero entrar con ese médico. Me da miedo
.
-¿Cómo que le da miedo? Si aún no hemos entrado...
-¿Tú lo has visto? Si lo ves, me entenderás.
-Tranquilo, yo voy a estar con usted en todo momento.
Cuando hemos accedido a la consulta, he podido entender los temores de Luis pero, obvio, no compartirlos. El doctor tenía un aspecto más de ermitaño que de galeno. Grande, con una poblada y larguísima barba que se entremezclaba con la generosa melena gris plata que prácticamente cubría su rostro y, que a duras penas, nos permitía contemplar la generosa sonrisa con la que nos ha recibido en su despacho.
Presenta importantes cambios de carácter, con agresividad verbal y física hacia todo el mundo....ruego valoración- rezaba la hoja de interconsulta.
Junto a esa hoja, le he deslizado otra mía, en la que he volcado mis impresiones y posibles causas de esos cambios de carácter en Luis que no he considerado oportuno narrarlos en su presencia.
La conversación que se ha suscitado a partir de ese momento entre médico y "enfermo" ha sido alentadora. Sólo diré que, posiblemente ante un monje tibetano, no hubiésemos encontrado más paz.
Todo "el mal" que sufre Luis es la incomprensión de la enfermedad que poco a poco va minando la existencia de su esposa: el alzheimer. La rebeldía de no poder cuidarla ya él solo, le supera. Su decisión de permanecer junto a ella, aunque él no necesite estar en una residencia le está costando un precio muy caro, pues el entorno en el que se mueve cada día es insostenible. El deterioro en ella es palpable día a día y Luis sufre el mismo deterioro pero en su alma. Solo que él, está sin tratamiento.
-Su esposa ya no tiene pasado y tampoco futuro en su mente. Sólo vive el presente y hay que hacérselo lo más agradable posible. Y para eso, usted tiene que estar bien y no perder energías en cosas triviales- le decía el neurólogo.
Luego, se ha dirigido a mi como familiar y me ha asegurado que Luis no necesita ningún fármaco para "no enfadarse". Que hay que procurarle cosas que le ocupen y distraigan y, que sobretodo, hemos de contagiarle felicidad...
Mientas el ascensor del edificio nos devolvía a la entrada del ambulatorio, me he parado a pensar cómo iba a ser la reacción de Luis a la visita médica. No me ha dado mucho tiempo. Una pregunta casi en tono de súplica me ha sacado de mis dudas...
-¿Cómo podremos preparar una fiesta para la tía el mes que viene que cumplimos 57 años de casados?
He tenido que echar rápidamente mano de mis gafas de sol para que no viera como sudaban mis ojos.
Ahora, tengo otra misión que cumplir. Intentar que los profesionales de la residencia se metan unos segundos en los zapatos de Luis y lo comprendan un poco más. Que le ocupen, le distraigan y, sobre todo, que le contagien felicidad. Ese es el inesperado tratamiento que le ha "recetado" el Neurólogo al que lo han remitido.
La familia, en la medida que nos permiten las normas del centro, ya lo estábamos haciendo.
La familia, en la medida que nos permiten las normas del centro, ya lo estábamos haciendo.
Lupe
Más zapatos de otros en: http://www.gastondavale.com/2012/06/este-jueves-un-relato-en-los-zapatos.html