Querida Elisín:
Viniste a conocerme el día de mi primera Comunión, pero como aún no eras novia "oficial" de mi hermano, seguisteis la ceremonia desde uno de los últimos bancos de nuestra Parroquia, alejados de la familia. Por la noche, cuando tu novio "secreto" me lo confió, me sentí orgullosa y emocionada de ser la causante de vuestra aventura. En ese mismo momento, comencé a quererte.
Años más tarde, cuando decidisteis uniros en matrimonio, tuve la enorme satisfacción de ser una de las elegidas para ocuparme de la cola de tu precioso vestido blanco. Lo que disfruté aquel encargo...
Me diste el título de "tía" cuando ninguna de mis amigas lo era todavía y distaban mucho de poder serlo. Era otra de las ventajas de tener hermanos tan mayores. La experiencia fue indescriptible. Lo único que me entristeció durante esos días fue que no me dejaron ir a conocer a mi sobrino a la vez que el resto de familiares, ya que diste a luz en una clínica y como era tan preguntona, temieron que el mito de la cigüeña se desvaneciera. Ya ves...
Luego, vinieron dos sobrinas más. Nuestra relación, más que de tía-sobrinos, era más parecida a unos compañeros de juegos. Llegué a quererlos tanto que, muchas veces, hablando con mis amigas les comentaba mis dudas acerca de cuánto se querrían a los hijos propios si a mis sobrinos los quería tantísimo. Las visitas a vuestra casa se hicieron prácticamente diarias en las que disfrutaba cada minuto que pasaba junto a los críos. Algunas tardes, se unían mis dos hermanas después de salir de sus respectivos trabajos y jamás nos hiciste un mal gesto, una muestra de cansancio ante nuestras insistentes visitas. Tu sonrisa era la mejor bienvenida con la que nos recibías cada tarde.
Para mi, siempre fuiste un buen ejemplo y he ido atesorando un montón de recuerdos tuyos en mi corazón. Me llamaba especialmente la atención el cariño con el que tratabas a mi hermano y la ternura y paciencia que derrochabas con tus hijos. Con el tiempo, me enteré que estudiaste la carrera de Magisterio, pero que en casa no te dejaron ejercerla porque tu misión era otra: cuidar de tu madre que tenía delicada su salud. Y así lo hiciste. La atención, cuidado y respeto que destinabas a tus padres, eran encomiables. Siempre has vivido pendiente de los demás, procurando hacer felices a cuantos te rodeaban. Eras reservada, amable, prudente y transmitías paz. Tu calidad humana fue, sin lugar a dudas, extraordinaria. He sido testigo de ello en numerosas ocasiones. Sobre todo, durante la enfermedad de mi madre, con quien te comportaste incluso mejor que si hubieses sido su propia hija.
Las casualidades de la vida han hecho que una fecha haya tomado especial importancia en tu existencia: el 24 de Febrero.
Fue un 24 de Febrero cuando mi hermano y tú formalizasteis vuestra relación. Esa fecha coincide con mi cumpleaños y, durante mucho tiempo, intentaba adelantarme a vuestra felicitación para ser yo la que felicitara a mi hermano por tenerte a su lado desde aquel día...Los comentarios jocosos que se sucedían por parte de él al respecto, nos hacían pasar un rato divertido a lo tres.
Y fue el último 24 de Febrero, cuando los médicos te confirmaron que una temible enfermedad -cada día más vencida-se había instalado en tu cuerpo. Ahí comenzó un largo y difícil camino que, gracias a tus firmes convicciones religiosas, emprendiste resignada. Pruebas, operación, tratamientos, esperanza, idas y venidas al hospital, palos de ciego de los médicos que te han tratado, complicaciones, efectos secundarios...No has tenido la misma suerte que nuestro cuñado, que ha superado la misma enfermedad y que ha conseguido volver a una vida normalizada y mucho más feliz que antes. Después de algo así, cambia el baremo de las cosas.
Para todos los que te queremos, han sido las peores navidades de nuestra vida. Y en plena lucha, has seguido siendo un ejemplo para cada uno de nosotros. He llegado a envidiar la fe que te movía a aceptar todo lo que te iba llegando, la conformidad con que encajabas cada contratiempo, ante la impotencia de los que, a tu lado, intentábamos mitigar tu sufrimiento.
Estos días, han servido para sentirnos más unidos que nunca en torno a ti, preocupándonos los unos de los otros en ayudarnos a superar la prueba. Pero ha sido muy difícil y, en algunas ocasiones, imposible. Personalmente, he vivido instantes angustiosos, en los que hasta he tenido la osadía de pedirle explicaciones a Dios. ¿Por qué y por qué precisamente a ti?
Creo que jamás podré olvidar una de las últimas frases que tu ya -también-dañado cerebro te permitió pronunciar la madrugada de Nochebuena y que me repetías con insistencia: "Ayúdame, Pupe". Besé cuanto pude tus cálidas mejillas tratando de calmarte. Y aún en esos momentos, fuiste de nuevo generosa y, con un debilitado hilo de voz, me dedicaste un "te quiero mucho" que me colmó de emoción y paz.
A pesar de tener órganos vitales paralizados, tu corazón se empeñó en seguir latiendo hasta final de año. Pero afortunadamente ya no sufrías. La sedación cumplió su cometido.
Quiero pensar que ya has encontrado ese paraíso en el que tanto creías y desde el que, seguramente, seguirás cuidando de los tuyos.
Has dejado un vacío inmenso que sólo la fe que habéis sabido transmitir a vuestros hijos lo cubrirá poco a poco. Por suerte para ellos, han tenido unos padres ejemplares: tú y mi hermano. Una pareja de jóvenes que se enamoraron y prometieron amor eterno un 24 de Febrero.
Te querré siempre.
Pupe.
Maat