Fueron pocos días con sus noches, pero intensos. Las madrugadas, muy duras. Vigilar goteros, observar frecuencia e intensidad de dificultosa respiración, cambios posturales, desentumecer el cuerpo por largos, fríos y solitarios pasillos, ahogar sollozos, contener lágrimas, dibujar temblorosas caricias en un rostro ajado por la enfermedad, besar su frente para que -quizá- desde algo lejos, notara la presencia de sus seres queridos...
Después de una vivencia como la que el destino ha puesto en mi camino, todos mis sueños se han visto relegados. Uno de ellos ha tomado delantera. Cuando me toque, dejar la vida en paz, a ser posible con rapidez, en cama propia y sin que manos extrañas trasteen mi cuerpo.
¡Ojalá! se vea cumplido.
Lupe
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