14 de abril de 2009

Escapada pascuera

El pasado fin de semana y aprovechando el puente largo que disfrutamos en Valencia por éstas fechas, decidimos practicar turismo rural. Con una de mis hermanas y su esposo, alquilamos una casa en un pueblo del interior de Valencia, Eslida.

La idea principal era "desconectar" unos días y descansar. También pensábamos presenciar alguno de los actos programados en la conmemoración de la Semana Santa. Pero la lluvia, el frío y el mal tiempo eligieron el mismo destino que nosotros y tuvimos que conformarnos con disfrutar de otras cosas que la vida en la ciudad no nos permite. Escuchar el sonido de la lluvia y sentir el aroma que deja en el monte, alimentar una chimenea de leña y percibir el crepitar de los troncos al quemarse, dormitar arropados con ese calorcito, leer, jugar al sinquet (cinquillo) o simplemente ver pasar el agua de lluvia calle abajo, se convirtieron en nuestras distracciones ocasionales. El domingo, muy temprano, nos despertó el bullicio de un grupo de pájaros que, con su guirigay, nos anunciaban que las nubes habían desaparecido y el sol, por fin, inundaba con su luz la fresca mañana.

Mientras el resto de la familia dormía y mi esposo ponía en marcha la estufa para caldear la casa, me fui a pasear por el pueblo. Las plantas que adornan las calles estaban preciosas con ese brillo especial que les deja el agua de lluvia, los montes cercanos lucían un abanico de verdes centelleantes y a lo lejos, el pico más alto de la región, San Juan de Peñagolosa, amanecía cubierto de nieve. Mi paseo matutino fue un verdadero placer para los sentidos.




Durante estos días también dedicamos muchos ratos a conversar y a disfrutar de esas tertulias familiares que desgraciadamente se van perdiendo, en las cuales se recuerdan anécdotas y vivencias que han ido dejando alguna huella en nuestras vidas... Nos alegramos con la visita de algunos de nuestros familiares más directos, como por ejemplo el miembro más joven de la familia, mi sobrina-nieta Mónica, que nos ocupó todo el tiempo que permaneció en la casa. ¡Cómo cunde!







El pueblo de Eslida está ubicado en la vertiente norte de la sierra de Espadán. La superficie del término es muy montañosa, pues está situado en la zona más abrupta de la sierra y en el fondo del valle del río Anna que lo atraviesa procedente de Ahín. Lo rodean las alturas de La Costera, la Peña de la Boda, el Puntal y el Llosar.





Hay numerosas fuentes, algunas de ellas medicinales. El clima es templado con inviernos fríos y veranos suaves. Las lluvias en otoño y primavera, la nieve esporádicamente en enero y febrero. Sus montes están poblados de alcornoques, pinos y monte bajo. En regadío se cultivan hortalizas, cereales, alfalfa y frutales. En el secano predominan los olivos. Hay una importante producción de corcho. El total de las tierras se encuentran en régimen de propiedad.



En la parte más elevada del pueblo está situada la iglesia parroquial dedicada a "El Salvador," de finales del siglo XVII, con nave de estilo corintio asentada sobre los restos de una mezquita árabe.


Sus callejuelas, colgadas de las laderas de escarpadas montañas, son estrechas, retorcidas , muy empinadas y recuerdan el estilo de una medina árabe. Se encuentran adornadas con flores y plantas que proporcionan un encanto especial a todo el casco antiguo.



Fue conquistada en 1237 por Jaime I, aunque la población morisca continuó residiendo en la zona hasta su expulsión en el año 1609.


Su población es de 900 habitantes y en los meses de verano alcanza a 4000.



Sus fiestas tienen un marcado estilo popular. El fin de semana más próximo al 17 de Enero se celebra la festividad de San Antonio. El domingo siguiente a pascua es el día de San León, patrón de Eslida y al lunes siguiente, San Vicente. A finales de Agosto tiene lugar la conmemoración más importante en honor al Santísimo Cristo del Calvario de Eslida.

Los platos típicos de la villa son: la olla de pobre, la coca celestial, les orelletes y los buñuelos de higo. Hay que destacar la almendra por su calidad, además del aceite y la miel que vienen produciéndose en la localidad desde hace siglos.

La experiencia, a pesar del mal tiempo, valió la pena. La casa alquilada resultó cómoda, acogedora y entrañable. Casi como si fuese propia. La atención que los caseros nos dispensaron fue intachable. Todo un descubrimiento para nosotros el Turismo Rural.

Maat


2 comentarios:

Manolo Jiménez dijo...

¡Cuánto me alegro de esos días de gozo y felicidad!

Ya sabes, a repetir.

Abrazos.
Manolo

Ardilla Roja dijo...

Hola Maat.

Vaya pedazo de crónica nos has traído sin apenas haber salido de casa. Bonito y pintoresco pueblo. Sus calles empinadas me han recordado en parte al casco viejo de Gerona. Aunque aquel barrio no fue árabe si no judío.

Un abrazo