Comenzaba a declinar el sol y yo seguía en la proa del barco disfrutando de las vistas que a lo largo de los 80 kilómetros de recorrido me iba regalando el Guadalquivir. A nuestra izquierda, se iban quedando las poblaciones de Bonanza y Sanlúcar de Barrameda, ya en la provincia de Cádiz.
Al llegar al océano Atlántico, el río Guadalquivir se abre, formando un estuario que tiene unos 500 metros de anchura y más de 4 kilómetros de longitud . Os recuerdo que un estuario es la parte más ancha y profunda de la desembocadura de los ríos en los mares abiertos o en los océanos, dónde las mareas tienen mayor oscilación. Los estuarios se originan porque la entrada de aguas marinas durante la pleamar, retiene las aguas del río, mientras que durante la bajamar, las aguas de río entran con cierta velocidad en el mar, lo que contribuye a limpiar su cauce, dejando a menudo, grandes zonas de marismas. Las marismas del Guadalquivir abarcan las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva, donde más de 150 especies de aves utilizan el lugar para invernar o de paso entre Europa y África, destacando las aves que pescan en aguas profundas, entre las que podemos encontrar los somormujos, patos marinos, cormoranes, y gaviotas, éstas últimas en mucha más cantidad.
El estuario del río Guadalquivir fue declarado reserva de pesca por la Junta de Andalucia por orden del 16/6/2004, sujeta a una serie de restricciones y prohibiciones de la captura de pesca y marisquero, estando permitidas la pesca del langostino, lubina, corvina, choco y acedía, así como camarones y las ánguilas, propias de éstas aguas.
El sol, en su despedida, parecía habernos trazado una alfombra de reflejos plateados señalando nuestra ruta.
En su último tramo, el Guadalquivir, donde sus aguas ya se abrazan con las del Atlántico, luce de un color azul verdoso intenso. Navegámos por delante de Chipiona. Su orgulloso faro llama poderosamente la atención, conocedor seguramente de su historia.
Está situado en la Punta del Perro y fue ordenado construir en el año 140 a.C. por el procónsul Quinto Servilio Cepión, para evitar que los navegantes que pretendían subir por el río Guadalquivir no encallaran en el arrecife de Salmedina.
En el año 1862, el ingeniero Jaime Font, realiza un proyecto para la reconstrucción de dicho faro, colocándose la primera piedra el 30 de Abril de 1863, dándose por finalizada la obra el 28 de Noviembre de 1867. Es el más alto de España, el tercero de Europa y el quinto del mundo, con sus 69 metros de altura. Está construido con sillería de arenisca y piedra ostionera, tan popular en la provincia de Cádiz, la cual, está formada por restos de conchas marinas y piedras erosionadas por el mar y contiene trazas de crustáceos y nácar. Su aspecto es poroso y áspero y su color marrón. Se puede encontrar en gran cantidad de construcciones gaditanas destacando por encima de todas ellas la Catedral de Cádiz.
Seguimos navegando a lo lago de la Costa de la Luz, el tramo que existe entre Sanlúcar de Barrameda y la ciudad de Cádiz, nuestro destino de ese día. Pasamos por delante del Santuario de la Virgen de Regla, y a pesar de la distancia, se apreciaba su grandiosidad. Fue en el año 1882 con la llegada de los franciscanos a Chipiona, cuando se comenzó a pensar en ampliar el santuario de la Virgen, pues era cada vez mayor el número de fieles que acudían hasta él y su capacidad era insuficiente. Pero su elevado coste no lo hizo posible hasta el año 1904, en que se derriba el antiguo santuario y se coloca la primera piedra del nuevo, terminando su construcción en el año 1906. El estilo elegido es el neogotico, y su arquitecto fue Antonio Arévalo.
La historia de la Virgen de Regla tiene su parte de leyenda. Esto es lo que he conocido sobre esta imagen. Siendo Agustin obispo de Hipona, mandó construir una imagen de la Virgen para su oratorio a la que hizo depositaria de su Regla. Es la Regla más antigua de Occidente, y en ella, San Agustín, cuando fundó el monasterio de Tagaste, redactó las normas para organizar la vida de la comunidad, regulando las horas canónicas, las obligaciones de los monjes, temas relacionados con la moral, y los distintos aspectos de la vida en una orden monacal.
A su muerte, y huyendo del ataque de los vándalos, algunos de sus discípulos huyeron de Hipona y se embarcaron rumbo a la península portando con ellos la imagen de la Virgen. Se trata de una escultura de 62 centimétros de altura, tallada en madera, de estilo gótico, y que reune la iconografia de las virgenes negras. Al llegar a Chipiona, colocaron la imagen de la Virgen de Regla sobre la arena, y a partir de ahí comenzó la devoción a la muy querida Patrona de Chipiona.
Se hicieron las siete de la tarde y en la cubierta del barco se estaba de maravilla, a pesar de que el Atlántico, a esa hora, llevaba un poco más de movimiento del que yo hubiese deseado. Poco a poco íbamos acercándonos a la costa y según el programa, en una hora, llegaríamos a Cádiz. Y precisamente a esta hora nos esperaban a los viajeros en el salón del barco para recibir la bienvenida de la tripulación. Era la primera ocasión en que nos encontrábamos con el resto del pasaje. Me sorprendió que la mayoría eran ingleses, les seguían en número los franceses y luego, españoles, con bastante diferencia. Parece ser, que los españoles, no "hemos descubierto" el crucero fluvial. Lo he podido comprobar en mi entorno más próximo.
Uno a uno, nos fueron presentando - a ritmo de una música muy marchosa- a las 37 personas que componían la tripulación. Eran en su mayoría gente muy joven, bastantes de nacionalidad filipina. El único español era el capitán, la sobrecargo, francesa como el "cuisinier", que ha sido la grata sorpresa de la travesía, pues nos ha sorprendido, cada día, con sus elaborados y refinados menús. Brindamos con una españolísima sangría por el éxito del crucero... (Y lo fue)
Como teníamos que compartir las horas de las comidas, esa noche, cenábamos a las 8 de la tarde, hora en que suelen hacerlo ingleses y franceses. Antes de entrar al comedor del barco, me escapé a la cubierta. Entrábamos al puerto de Cádiz, que es una vista preciosa, a pesar de que esa tarde, dos enormes barcos, cubrían la vista de la Catedral que es lo más llamativo. Pero aún así, quise inmortalizar con mi cámara el momento.
Y para que os hagáis una idea, los que todavía no habéis llegado a Cádiz por mar, (no dejéis de hacerlo) os copio a continuación como definió el escritor Blanco Wite, en el siglo XIX, la impresión que le causó su llegada a Cádiz...
"Es de una belleza impresionante la vista que ofrece Cádiz desde el mar cuando en un hermoso día se acerca el viajero a su magnífico puerto. La luz deslumbradora de su cielo meridional, reflejada en los altos edificios de piedra blanca que se miran en la bahía, atrae la mirada del navegante desde los mismos límites del horizonte... Cuando se empieza a vislumbrar desde lejos los altos miradores y los altos pináculos de cerámica vidriada que adornan los pretiles de las azoteas, estas aéreas estructuras, fundiéndose a veces con el lejano brillo de las olas produce el efecto de una ilusión mágica..."
Nada que añadir.
Atracaba el barco mientras dábamos cuenta de una estupenda cena. Uno de los platos, consistía
en una ensalada de pasta con guisado de ternera y verduras. Teniendo en cuenta, que hubieron tres platos más, no fue difícil aceptar la invitación que nos hicieron de dar un paseo por Cádiz, de noche. La temperatura era ideal para el paseo, y las calles, admitían a todo el que quisiera vivir unas horas de luz de la luna que esa noche lucía guapa. La plaza del Ayuntamiento estaba "a tope", y a la plaza de la Catedral solo le faltaba el cartel de "completo". Nos sumergimos en una nueva marea, esta vez humana, y nos dejamos contagiar por el buen ambiente que se respiraba en la ciudad. Facilísimo. Cuando ya regresábamos al barco, el número de personas en las calles había aumentado todavía más. Y entonces, me hice una pregunta: ¿cuándo duermen los gaditanos?
Maat
Continuará....
Al llegar al océano Atlántico, el río Guadalquivir se abre, formando un estuario que tiene unos 500 metros de anchura y más de 4 kilómetros de longitud . Os recuerdo que un estuario es la parte más ancha y profunda de la desembocadura de los ríos en los mares abiertos o en los océanos, dónde las mareas tienen mayor oscilación. Los estuarios se originan porque la entrada de aguas marinas durante la pleamar, retiene las aguas del río, mientras que durante la bajamar, las aguas de río entran con cierta velocidad en el mar, lo que contribuye a limpiar su cauce, dejando a menudo, grandes zonas de marismas. Las marismas del Guadalquivir abarcan las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva, donde más de 150 especies de aves utilizan el lugar para invernar o de paso entre Europa y África, destacando las aves que pescan en aguas profundas, entre las que podemos encontrar los somormujos, patos marinos, cormoranes, y gaviotas, éstas últimas en mucha más cantidad.
El estuario del río Guadalquivir fue declarado reserva de pesca por la Junta de Andalucia por orden del 16/6/2004, sujeta a una serie de restricciones y prohibiciones de la captura de pesca y marisquero, estando permitidas la pesca del langostino, lubina, corvina, choco y acedía, así como camarones y las ánguilas, propias de éstas aguas.
El sol, en su despedida, parecía habernos trazado una alfombra de reflejos plateados señalando nuestra ruta.
En su último tramo, el Guadalquivir, donde sus aguas ya se abrazan con las del Atlántico, luce de un color azul verdoso intenso. Navegámos por delante de Chipiona. Su orgulloso faro llama poderosamente la atención, conocedor seguramente de su historia.
Está situado en la Punta del Perro y fue ordenado construir en el año 140 a.C. por el procónsul Quinto Servilio Cepión, para evitar que los navegantes que pretendían subir por el río Guadalquivir no encallaran en el arrecife de Salmedina.
En el año 1862, el ingeniero Jaime Font, realiza un proyecto para la reconstrucción de dicho faro, colocándose la primera piedra el 30 de Abril de 1863, dándose por finalizada la obra el 28 de Noviembre de 1867. Es el más alto de España, el tercero de Europa y el quinto del mundo, con sus 69 metros de altura. Está construido con sillería de arenisca y piedra ostionera, tan popular en la provincia de Cádiz, la cual, está formada por restos de conchas marinas y piedras erosionadas por el mar y contiene trazas de crustáceos y nácar. Su aspecto es poroso y áspero y su color marrón. Se puede encontrar en gran cantidad de construcciones gaditanas destacando por encima de todas ellas la Catedral de Cádiz.
Seguimos navegando a lo lago de la Costa de la Luz, el tramo que existe entre Sanlúcar de Barrameda y la ciudad de Cádiz, nuestro destino de ese día. Pasamos por delante del Santuario de la Virgen de Regla, y a pesar de la distancia, se apreciaba su grandiosidad. Fue en el año 1882 con la llegada de los franciscanos a Chipiona, cuando se comenzó a pensar en ampliar el santuario de la Virgen, pues era cada vez mayor el número de fieles que acudían hasta él y su capacidad era insuficiente. Pero su elevado coste no lo hizo posible hasta el año 1904, en que se derriba el antiguo santuario y se coloca la primera piedra del nuevo, terminando su construcción en el año 1906. El estilo elegido es el neogotico, y su arquitecto fue Antonio Arévalo.
La historia de la Virgen de Regla tiene su parte de leyenda. Esto es lo que he conocido sobre esta imagen. Siendo Agustin obispo de Hipona, mandó construir una imagen de la Virgen para su oratorio a la que hizo depositaria de su Regla. Es la Regla más antigua de Occidente, y en ella, San Agustín, cuando fundó el monasterio de Tagaste, redactó las normas para organizar la vida de la comunidad, regulando las horas canónicas, las obligaciones de los monjes, temas relacionados con la moral, y los distintos aspectos de la vida en una orden monacal.
A su muerte, y huyendo del ataque de los vándalos, algunos de sus discípulos huyeron de Hipona y se embarcaron rumbo a la península portando con ellos la imagen de la Virgen. Se trata de una escultura de 62 centimétros de altura, tallada en madera, de estilo gótico, y que reune la iconografia de las virgenes negras. Al llegar a Chipiona, colocaron la imagen de la Virgen de Regla sobre la arena, y a partir de ahí comenzó la devoción a la muy querida Patrona de Chipiona.
Continuamos navegando por delante de la Costa de la Luz. Se trata de una extensión de 200 kilómetros desde la desembocadura del Guadiana hasta Tarifa. Las playas de toda esta costa son extensas y formadas en su mayoría por grandes dunas de finos arenales y multitud de plantas autóctonas, custodiadas por grandes masas de pinares. El nombre le viene dado por la luz vivísima que envuelve todo el espacio, y que se recrea en las dunas, dándole tonos dorados y que salpica de reflejos plateados la superficie del mar. Es una zona que puede presumir de disfrutar al año de 300 días de sol.
Se hicieron las siete de la tarde y en la cubierta del barco se estaba de maravilla, a pesar de que el Atlántico, a esa hora, llevaba un poco más de movimiento del que yo hubiese deseado. Poco a poco íbamos acercándonos a la costa y según el programa, en una hora, llegaríamos a Cádiz. Y precisamente a esta hora nos esperaban a los viajeros en el salón del barco para recibir la bienvenida de la tripulación. Era la primera ocasión en que nos encontrábamos con el resto del pasaje. Me sorprendió que la mayoría eran ingleses, les seguían en número los franceses y luego, españoles, con bastante diferencia. Parece ser, que los españoles, no "hemos descubierto" el crucero fluvial. Lo he podido comprobar en mi entorno más próximo.
Uno a uno, nos fueron presentando - a ritmo de una música muy marchosa- a las 37 personas que componían la tripulación. Eran en su mayoría gente muy joven, bastantes de nacionalidad filipina. El único español era el capitán, la sobrecargo, francesa como el "cuisinier", que ha sido la grata sorpresa de la travesía, pues nos ha sorprendido, cada día, con sus elaborados y refinados menús. Brindamos con una españolísima sangría por el éxito del crucero... (Y lo fue)
Como teníamos que compartir las horas de las comidas, esa noche, cenábamos a las 8 de la tarde, hora en que suelen hacerlo ingleses y franceses. Antes de entrar al comedor del barco, me escapé a la cubierta. Entrábamos al puerto de Cádiz, que es una vista preciosa, a pesar de que esa tarde, dos enormes barcos, cubrían la vista de la Catedral que es lo más llamativo. Pero aún así, quise inmortalizar con mi cámara el momento.
Y para que os hagáis una idea, los que todavía no habéis llegado a Cádiz por mar, (no dejéis de hacerlo) os copio a continuación como definió el escritor Blanco Wite, en el siglo XIX, la impresión que le causó su llegada a Cádiz...
"Es de una belleza impresionante la vista que ofrece Cádiz desde el mar cuando en un hermoso día se acerca el viajero a su magnífico puerto. La luz deslumbradora de su cielo meridional, reflejada en los altos edificios de piedra blanca que se miran en la bahía, atrae la mirada del navegante desde los mismos límites del horizonte... Cuando se empieza a vislumbrar desde lejos los altos miradores y los altos pináculos de cerámica vidriada que adornan los pretiles de las azoteas, estas aéreas estructuras, fundiéndose a veces con el lejano brillo de las olas produce el efecto de una ilusión mágica..."
Nada que añadir.
Atracaba el barco mientras dábamos cuenta de una estupenda cena. Uno de los platos, consistía
en una ensalada de pasta con guisado de ternera y verduras. Teniendo en cuenta, que hubieron tres platos más, no fue difícil aceptar la invitación que nos hicieron de dar un paseo por Cádiz, de noche. La temperatura era ideal para el paseo, y las calles, admitían a todo el que quisiera vivir unas horas de luz de la luna que esa noche lucía guapa. La plaza del Ayuntamiento estaba "a tope", y a la plaza de la Catedral solo le faltaba el cartel de "completo". Nos sumergimos en una nueva marea, esta vez humana, y nos dejamos contagiar por el buen ambiente que se respiraba en la ciudad. Facilísimo. Cuando ya regresábamos al barco, el número de personas en las calles había aumentado todavía más. Y entonces, me hice una pregunta: ¿cuándo duermen los gaditanos?
Maat
Continuará....
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