23 de noviembre de 2008

De boda...


Ayer fue un día muy especial para una de mis mejores amigas. Se casaba su hija mayor, y todos los que las queremos, deseábamos que disfrutaran de un día inolvidable. Si todo el mundo se merece ser feliz, mi amiga lo merece un poco más. Los últimos años no han sido justos con ella y ha tenido que luchar en varios frentes a cual de todos, más difícil. Y aunque alguno de esos frentes continúa abierto, una discreta tregua, le ha permitido disfrutar de los preparativos y de esa boda con toda intensidad.

Como la ocasión requería estar "más guapa" de lo habitual, me fui a la peluquería, donde me abandoné, primero a la maquilladora, luego a la peluquera y por último, a la manicura. (A estas alturas, mi Visa se ha atrincherado en el billetero y ya no se deja coger)

No sé por qué motivo, la peluquería es un lugar de confidencias. Me ha ocurrido en varias ocasiones y ese día, fue una de ellas. El tema central de la conversación con la maquilladora surgió casi sin darnos cuenta, al comentarle que me iba de boda. Bastaron pocos minutos, mientras iba acicalando mi rostro son sus mágicos potingues, para que yo tuviera una perspectiva, de lo que era su vida en pareja con dos hijos en plena adolescencia. Ante sus temores y dudas sobre su papel de madre, sólo se me ocurrió el citarle algo que escuché a una persona dedicada profesionalmente al mundo de los jóvenes. Límites. Los padres deben saber poner límites a los hijos. Muchos problemas actuales, no existirían, si en algún momento y a ciertos adolescentes, de niños, en sus casas, les hubieran puesto límites. Y alrededor de ese tema siguió la conversación. Me agradó tanto su trabajo -me dejó estupenda- como los minutos de charla que mantuvimos. Nos despedimos como si fuésemos viejas amigas y pasé a manos de la peluquera.

Le expliqué más o menos la idea que llevaba sobre mi peinado y rápidamente se puso en marcha.
A la vez que su secador y cepillo comenzaban a moldear mis cabellos, me dirigió una frase cargada de amargura:

-al principio todo es muy bonito, pero luego....

Casi sin capacidad de respuesta la miré a través del espejo que teníamos delante y me limité a escucharla. Separada, treintañera, con sólo un hijo pero con muchos problemas para vivir cada día. Tuve la infeliz idea de preguntarle, si en su situación, había conseguido conciliar su horario laboral con el de su vida familiar y ahí tocó fondo el tema. El verbo "conciliar" no había comenzado a conjugarse en su vida. Ni creía poder hacerlo en un futuro. La llegada de la manicura para hacerse cargo de mis manos relajó un poco el ambiente. Se trataba de una chica muy joven, que con mi mano izquierda entre sus manos, comenzó a tararear una canción que llegó como un soplo de aire fresco. Canción que sólo interrumpió para saludar a un chico que llegó con paquetes, y que por la forma de saludarle, me dio ganas, de enviarla a la trastienda de la peluquería, con el recién llegado, lugar hasta donde sus ojos le siguieron, mientras a mis uñas les daba un ligero descanso...

Ya estaba a mitad de camino hacia mi casa cuando me dí cuenta que no iba escuchando música en mi coche. Es lo primero que hago cuando entro en él. Pero mi paso por la peluquería me había llenado de sensaciones que todavía iba reviviendo, en silencio, al volante de mi Polo (creo que es el único que queda en Valencia) Y que dure.

Las últimas luces del sol se despedían de los edificios más altos de la ciudad, cuando Laura, del brazo de su joven hermano y padrino, entraba en el templo. Todos los allí reunidos, luciendo nuestras mejores galas, vivíamos emocionados el momento. El sacerdote oficiante, personalizó todo el contenido de la ceremonia en los novios. Dos frases concretamente me impactaron:

"Debeis amaros en libertad" y un poco después: "vaís a convertiros en maestros de vida".

La primera frase, me encantó. Cuando escuché la segunda, me ocurrió como cuando apretamos el botón de una batidora, todas las ideas, sentimientos, sensaciones que sentí por la mañana en la peluquería, giraron de nuevo en mi mente. Eso eran la maquilladora, su esposo, la peluquera, su ex, con sus hijos, "maestros de vida"; con toda la responsabilidad que lleva consigo y con la insuficiente ayuda que la sociedad, en general, les estamos brindando para facilitarles su misión. A ellos y a miles de "maestros de vida" que hay a lo largo y ancho de nuestras tierras. Tema, por lo menos, para meditarlo. Todos. Esa es mi modesta opinión.

La cena que los novios nos ofrecieron fue perfecta. La fiesta que siguió, inolvidable. Me deleité mirando a los novios como daban comienzo al baile con el clásico vals, a la vez que miraba a mi amiga como disfrutaba de cada minuto de la noche, y que por cierto, estaba guapisima, igual que su hijo, que resultó un jovencisimo y apuesto padrino, y al que hay que valorar con generosidad, el que consintiera "meterse" en un frac...

Mi esposo y yo, abandonamos la fiesta mientras un buen número de invitados bailaba con los recién casados al son de Coyote Dax "no rompas más". La felicidad se reflejaba en sus rostros. Felicidad que les deseo, de todo corazón, para cada día de su nueva vida en común.

Os he querido traer un recuerdo de la boda. Se trata de una canción de Il Divo, que interpretó el baritono del grupo, que a lo largo de la ceremonia religiosa, nos deleitó con su repertorio. Es preciosa. Fue un bonito broche a la celebración en el templo.

Para vosotros y gracias por estar ahí....






Maat

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