Misterioso y silencioso
iba una y otra vez.
Su mirada era tan profunda
que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía un dejo
de timidez y altivez.
Y la luz de sus pensamientos
casi siempre se veía arder.
Era luminoso y profundo
como era hombre de buena fe.
Fuera pastor de mil leones
y de corderos a la vez.
Conduciría tempestades
o traería un panal de miel.
Las maravillas de la vida
y del amor y del placer.
Cantaba en versos profundos
cuyo secreto era de él.
Montado en un raro Pegaso,
un día imposible fue.
Ruego por Antonio a mis dioses,
ellos le salven siempre. Amén.
RUBÉN DARÍO
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