15 de julio de 2008

La vocación


La vocación es la poesía...


Silencio ha sido tu primer manera
de entrar en mí; tu entrada por mi alma,

callada brisa todopoderosa
aventando a las vacuas criaturas
que en vano me poblaban.
Tan silencioso inicio el de tu imperio
que se notaba apenas

por tiernas diferencias con la nada.
Mas era como el cielo
entre la noche y día medianero
que parece vacío

y es que está haciendo hueco a la inminente
llegada de la luz, que se lo pide.
Gran escenario, horizontal silencio
que va a llenarse todo,
porque unos labios se abren, suavemente.

Y fuiste voz, al fin, y tan hermosa
que puede confundirse con mirada.

Voz nunca servidora
de lengua alguna, ni de sus palabras;

sólo son los teclados
donde tocas tu eterna melodía.
Y así, cuándo tú hablas,
no es para que salven del olvido
las cosas del momento, lo que dices.
Ella es la de quedar, tu voz desnuda,
que se dice a sí misma, inolvidable.

Me la estuviste hablando, tiempo y tiempo,
historia interminable, sin historias,
como ese que el arroyo cuenta al prado,
cuento que nada cuenta, y embeleso.
Pero bien se sentía
que todo era subirse poco a poco,

por tu voz, a su más: que es este cántico.

Las dos fuiste tú, silencio, voz,
ya estáis atrás:
camino recorrido hacia lo alto.

Su tercer ser, final, llegó. Se ve
que tú eras lo que eres, que eras canto.

Te has quedado conmigo:
hecha són cantarín me vives dentro.
Alma arriba, alma abajo, vas y vienes,
cantando y recantando,
a tu gusto, despacio o rapidísima,
rectora, así, del paso con que pasan
mis caudales de gozo, o los de pena.
Cuando se va tu sol cantas estrellas,
se va estrellando el alma,
con los ojos cerrados, de luceros;
en tu cantar nocturno
me brizas y él me entrega
al mismo río de tu eterno cántico

en donde se descansa,
sin dormir, con los sueños del dormido.
Por gracia tuya ya no soy silencio.
Cuando el hombre cansado, el tren cansado,
cansado grillo, amor cansado, paran

y traicionan al mundo, porque cejan
en el deber supremo, que es seguir,

te oigo a ti, omnipotente, fidelísima.
Vienes, y vas. A las supremas torres
te encumbras de tu voz: cantas al cielo,
que te lo entiende todo. De distante
que se ha ido tu cantar, tan lejos, fuera,
miedo me viene
de que no se resigne a este descenso:

estar conmigo. Y a tener que oírle
como a una estrella más, mirando afuera.

Pero vuelve tu cántico del vuelo
y tanto se adelgaza y va ligero

por las venas del ser hacía la entraña,
que su correr es mi razón de vida.

Y eres mi sangre misma, si se oyera.

PEDRO SALINAS


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