
No conseguía despertar por más esfuerzos que hiciera. Se notaba una fuerte presión en los pulmones y las manos invadidas por cientos de inquietas hormigas. Algo suave y húmedo le ocupaba el rostro obligándole a respirar con dificultad. Intentó levantar la cabeza pero su cogote tropezó con algo duro y, al hacerlo, reconoció el sonido de la madera. Imposible girarse. Sus brazos estaban cercados y apenas podía separarlos del resto del cuerpo. La oscuridad era absoluta. Un espantoso e insoportable horror se adueñó de él cuando tuvo la espeluznante certeza de que la reducida morada que le acogía era un ataúd: lo habían enterrado vivo y, para más crueldad, boca abajo.
Quiso hacer fuerza con las rodillas para presionar la tapa de la caja con su espalda pero sus piernas no le obedecían pues habían adquirido una rigidez pétrea. Con un acto reflejo e intentado buscar una solución que le ayudara a salir de allí quiso arañar lo que más cerca estaba de sus manos pero, a sus dedos, le habían arrancado las uñas. Un rosario de inútiles gritos ahogados salieron de su garganta pretendiendo ser escuchado desde el exterior dejando sus mandíbulas doloridas y la lengua reseca. Le rodeaban la quietud y el silencio. Nadie iba a escucharlo y mucho menos ayudarle a salir de ese fatídico trance. El aroma a tierra húmeda le hizo calcular a cuántos centímetros bajo tierra se encontraba y el resultado acrecentó más su pánico.
Su corazón palpitaba desbocado y un sudor helado manaba de cada uno de sus poros. Apretó sus párpados buscando una razón que le explicara el porqué de su desesperado presente. La imagen de su dulce esposa se adueñó de su mente. Era la encargada de advertir a los médicos que él padecía catalepsia. Pero esta vez, no lo había hecho. De nuevo había sufrido un aparente cese total de sus funciones vitales y le habían dado por muerto, ante la impasibilidad de su costilla.Las lágrimas brotaron de sus ojos y, como en una película, recordó lo mal que se había portado con ella. Sin lugar a dudas, había descubierto sus infidelidades. ¿Desde cuando lo sabría? Ya no pudo aguantar más las ausencias, las faltas de atención, los gritos, la soledad, la incomprensión...el desamor. Y le había dado puerta.
Habían transcurrido varios meses. Esa noche era una noche especial: la de los difuntos. Temerosa, la luna estaba rezagada tras una inmensa nube negra y en el camposanto tan sólo brillaban los fuegos fatuos que escapaban de algunas tumbas.
Una figura fantasmal iba camino de la puerta del cementerio. Pero no buscaba venganza. Con el chandal que acudía cada domingo al estadio, raído por los gusanos de cadáveres, la bufanda deshilachada de su equipo alrededor de lo que fue su cuello y, enarbolando una descolorida pequeña enseña -que se enredaba en sus crecidísimas uñas- con los colores de su club de fútbol, avanzaba, levitando, hasta el bar más próximo. Esa noche se jugaba la final de la liga y, en el infierno, no tenían pay-per-view (canal de pago)
Ni La Parca pudo con él.
Maat
Si quieres perder el sueño, pasa por: http://teresacameselle.blogspot.com/
Quiso hacer fuerza con las rodillas para presionar la tapa de la caja con su espalda pero sus piernas no le obedecían pues habían adquirido una rigidez pétrea. Con un acto reflejo e intentado buscar una solución que le ayudara a salir de allí quiso arañar lo que más cerca estaba de sus manos pero, a sus dedos, le habían arrancado las uñas. Un rosario de inútiles gritos ahogados salieron de su garganta pretendiendo ser escuchado desde el exterior dejando sus mandíbulas doloridas y la lengua reseca. Le rodeaban la quietud y el silencio. Nadie iba a escucharlo y mucho menos ayudarle a salir de ese fatídico trance. El aroma a tierra húmeda le hizo calcular a cuántos centímetros bajo tierra se encontraba y el resultado acrecentó más su pánico.
Su corazón palpitaba desbocado y un sudor helado manaba de cada uno de sus poros. Apretó sus párpados buscando una razón que le explicara el porqué de su desesperado presente. La imagen de su dulce esposa se adueñó de su mente. Era la encargada de advertir a los médicos que él padecía catalepsia. Pero esta vez, no lo había hecho. De nuevo había sufrido un aparente cese total de sus funciones vitales y le habían dado por muerto, ante la impasibilidad de su costilla.Las lágrimas brotaron de sus ojos y, como en una película, recordó lo mal que se había portado con ella. Sin lugar a dudas, había descubierto sus infidelidades. ¿Desde cuando lo sabría? Ya no pudo aguantar más las ausencias, las faltas de atención, los gritos, la soledad, la incomprensión...el desamor. Y le había dado puerta.
Habían transcurrido varios meses. Esa noche era una noche especial: la de los difuntos. Temerosa, la luna estaba rezagada tras una inmensa nube negra y en el camposanto tan sólo brillaban los fuegos fatuos que escapaban de algunas tumbas.
Una figura fantasmal iba camino de la puerta del cementerio. Pero no buscaba venganza. Con el chandal que acudía cada domingo al estadio, raído por los gusanos de cadáveres, la bufanda deshilachada de su equipo alrededor de lo que fue su cuello y, enarbolando una descolorida pequeña enseña -que se enredaba en sus crecidísimas uñas- con los colores de su club de fútbol, avanzaba, levitando, hasta el bar más próximo. Esa noche se jugaba la final de la liga y, en el infierno, no tenían pay-per-view (canal de pago)
Ni La Parca pudo con él.
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