7 de junio de 2013

Este jueves, un relato: Leyendas urbanas



Personalmente, le tenía pavor. Él, siempre iba pulcramente vestido, con  gabardina oscura, sombrero pork pie y el periódico abrazado bajo su brazo izquierdo. En su mano derecha, una ramita frondosa de lozano  perejil. Su rostro lo cubría prácticamente unas enormes gafas de concha negra que  protegían una mirada triste y perdida. Andaba despacio, como haciendo un costoso esfuerzo. El calzado, le relucía. Su presencia imponía cierto desconcierto, pero lo que más me inquietaba de su persona era escuchar los sonidos que su ronca garganta emitía sin pausa alguna: ña,ña,ña,ña...

Cada mañana, cuando los diarios en los kioscos esperaban apilados a sus posibles lectores, nuestro personaje era el que, casi siempre, adquiría el primero del montón. Tranquilamente, se dirigía a un banco de la Gran Vía Marqués del Turia y buscaba una página concreta: la de las esquelas. Y comenzaba su macabro periplo. A lo largo del día, asistía a todos los entierros que podía, ante la extrañeza de familiares y amigos del finado. Pero nadie le decía nada. El respeto que imponía era su salvoconducto.

Escuché a mis mayores contar su historia algunas veces. Se trataba de un prestigioso y honrado abogado, de "familia bien", eficiente y algo solitario. Un día, su esposa desapareció y, al enterarse de que había huido de su lado con otro hombre, su cerebro hizo un crac y quedó sumido en lo que hoy llamaríamos una "profunda
 depresión". 

Recuerdo a mi madre, como trataba de inculcarme que no debíamos  burlarnos de él. Que tuviera en cuenta que era una persona enferma...Pero yo no podía evitar sentir temor ante su presencia y, cuando coincidía con él por la calle, corría a esconderme al portal más cercano hasta que lo suponía lejos...


LUPE


Más Leyendas urbanas en el blog de Judith