1 de mayo de 2009

Revisión

Ayer, tenía que cumplir con una de las obligaciones inherente a ese colectivo de más de cuatro millones de personas del que formo parte:" pasar revisión". El lugar, ese organismo perteneciente al Ministerio de ¿Trabajo? y Asuntos Sociales, de cuyo nombre y, siendo el día que es hoy, no quiero ni acordarme.

El tiempo y la experiencia adquirida me han demostrado que la gestión en sí hay que tomársela con paciencia y "deportividad". Y cito esto último porque hay días en los que conseguir número para que te atiendan es un verdadero maratón. La oficina que me corresponde abre sus puertas a las 9 de la mañana pero, para asegurarte "la vez" -suelen terminarse los números- hay que llegar como una hora antes y tener buen sitio en "la cola" que se organiza en la puerta.

-¿Eres la última?
-Pues no, es aquél chico que está fumando debajo del árbol.
-¿Me podrías guardar el sitio? Voy a tomarme un café. Por miedo a llegar tarde, ni he desayunado.
-Ve tranquilo. Yo daré el turno...

Esta mini-conversación es muy usual en esa hilera de caras somnolientas, con miradas perdidas, en las que la resignación e impotencia dominan el color.

Los pájaros se encargan de distraernos unos minutos ya que, con las primeras luces, han comenzado a abandonar las ramas de los árboles y se dedican a buscar por el suelo algo que llevarse al pico. Están acostumbrados a los humanos que cada mañana, debajo de sus "casas", forman esas destartaladas filas con la remota esperanza de encontrar un trabajo que les permita vivir ligeramente mejor.

Pues bien, tuve suerte. La maquina de los números me adjudicó el 39. En poco más de una hora habría terminado el trámite. Tomé asiento y me dispuse a leer un rato. Procuro siempre acompañarme de un libro para que la espera se me haga más llevadera.

En una de las veces que levanté la vista de mi lectura, advertí la llegada de un chico que, a partir de ese momento, iba a centrar toda mi atención. Llevaba un generoso y alegre fular que cruzaba su pecho en cuyo interior dormitaba un bebé. Tomó su turno, dejó en el suelo la mochila que portaba a su espalda y rodeó al pequeño tesoro con sus brazos después de comprobar que aún dormía. Al cabo de unos minutos, el crío comenzó a moverse y a lloriquear. Entonces, su padre, con la mayor de las ternuras, le susurró una canción a la vez que, balanceándose, le acariciaba la cabeza. El efecto fue inmediato. Se tranquilizó y siguió durmiendo.

La forma de proceder del joven y el lugar en el que estábamos coincidiendo, me impulsaron a cambiar impresiones con él. De repente, me apeteció mucho contar lo que estaba viendo en mi blog, pero necesitaba conocer algunos detalles. Me dirigí a él y se lo expuse. Accedió de inmediato. Concluidas nuestras respectivas cuestiones, me invitó a acompañarle a la Biblioteca donde tenía que devolver unos libros y, de camino, podríamos conversar.
Comencé por preguntarle cómo vivía una pareja joven, sin trabajo y con un bebé, el momento actual. Ernesto, que así se llama el joven, me dio una respuesta que me impresionó.

-Mi novia y yo tenemos cierta habilidad para vivir bien en cualquier momento.

Luego, me relató que él había trabajado en varios sitios. Hostelería, empresas de limpieza, reformas...lo que iba saliendo. Pero que con la llegada de Ariel, su vida se había volcado en atenderlo y criarlo. Su novia, estudiante de Filosofía, percibe una ayuda por su hijo que es con lo que están viviendo y que, según Ernesto, incluso les permite ahorrar. Viven en una casa antigua, individual, que tomaron en alquiler cuando los precios no estaban tan altos como ahora, la cual van amueblando con los enseres desechados por otras personas y que Ernesto restaura para acoplarlos a sus necesidades.

Alguien les ha prestado un pedazo de huerta donde cultivan las verduras que consumen y en la que también tienen pollos y gallinas. No disponen de televisión, ni internet, ni coche, -ni quieren-pero cada día escuchan "las noticias" en la radio para estar al corriente...

A lo largo de la conversación, Ernesto me comentó que estaba haciendo una cuna para Ariel -que tiene cuatro meses de edad- pero que no saben cuando la utilizará pues, de momento, duerme con ellos. Por la noche, es su madre la que se ocupa de él si se despierta y quien le tranquiliza dándole pecho. Por las mañanas es su padre quien lo asea y viste para después salir a pasear un par de horas y dejar a su madre que descanse y se recupere de las "interrupciones " nocturnas. Estos jóvenes papás tienen las ideas muy claras con respecto a la forma de criar y educar a su hijo.

-No hay ningún delincuente en la cárcel que, en su infancia, haya padecido un exceso de amor. Todo lo contrario. Hay vidas llenas de carencias en esos primeros años -me decía Ernesto.

Siguen fielmente muchas teorías de un pediatra llamado Carlos González. Acuden a sus conferencias y leen sus libros. Y les funciona. No me cabe la menor duda.

Tienen planes de futuro e ilusiones por cumplir. Cuando su novia acabe la carrera piensa preparar oposiciones y, con el tiempo, marcharse los tres a vivir a algún pueblecito de Andalucía y aumentar la familia...

Ariel se despertó y comenzó a gimotear. Su padre me afirmó:






-Ahora ya no se callará hasta que su madre le de el pecho. Tiene hambre.

Nos despedimos. Le agradecí a Ernesto que me hubiera atendido y la forma tan amable en que lo hizo. Me pidió la dirección de mi blog y mi mail. Quería leer mi relato y enviarme más fotos del crío desde un ciber que visita de vez en cuando. Incluso me dio su número de móvil por si necesitaba algo más...

Mientras se alejaban pensé que Ariel es un niño con suerte. Tiene unos papás maravillosos para los que él es lo más importante del mundo. Y lo adoran.

Me alegré mucho de haberlos conocido y de la conversación que mantuve con Ernesto. Fue toda una lección el ver cómo se puede ser feliz, con tan poco.

Ojalá la vida sea más justa con ellos. Aunque se conforman con muy poco, se merecen mucho más.


Maat















4 comentarios:

hatoros dijo...

OLÉ MAAT. MUCHAS GRACIAS.
BESOS FUERTES Y QUE TE SEA LEVE.

tag dijo...

Que bien comprobar que hay jovenes que viven sin necesidades superfluas, que la sociedad no les ha contaminado con el consumismo, que se adaptan a sus circunstancias economicas pero tienen muy claro que lo primero es criar a su hijo dandole todo el amor que son capaces.
Me ha emocionado que un chico joven le susurre una canción a su hijo publicamente, no lo he visto hacer nunca, y eso dice mucho en su favor.
Ha sido un relato precioso Maat, te felicito.
Un beso

Annick dijo...

Siempre me alegro de ver los papas jovenes ocuparse de sus hijos .Tienen suerte los dos , los hijos por el cariño que les dan y los padres por no perderse tantos momentos maravillosos juntos .Otras generaciones no tuvieron esta suerte y lo lamentan.

Un abrazo desde Malaga.

Trini Reina dijo...

Pues claro que se merecen más y todo. Ojalá mis hijos, que edad tiene de ser padres, cuando lo sean, sean parecidos a Ernesto.

Saludos