16 de marzo de 2009

Paquita

Paquita es alta, de andares desgarbados y su pelo luce el blanco puro de la nieve. Pasa de los ochenta años pero en su rostro aún se dibujan los trazos de una belleza serena. Es de esas personas a las que miras y piensas: "Esta mujer debió ser muy guapa en su juventud".

Fue una de las primeras personas que conocí cuando, al casarme, vine a vivir al barrio donde todavía resido. De personalidad abierta, no dudaba relatar en cualquier sitio su último viaje, su intensa tarde de baile, o cualquier anécdota que ella consideraba interesante. Y cuando digo cualquier sitio me refiero a la panadería, o a la "cola" de cualquier puesto del mercado que tenemos en la zona y en el que tantas veces he coincidido con ella.


Su carácter es envidiable. Gracias a él ha ido encajando los dramas que el destino le ha puesto en su camino, tales como la muerte de su esposo, con el que vivió feliz durante muchos años, -esas son sus palabras-y el durísimo golpe de perder en un accidente a su única hija y a su yerno, a partir del cual, su existencia se volcó en el cuidado y crianza de su nieta de corta edad. Éso le dio sentido a su vida, demasiado marcada por la tragedia.

Paquita es una especie de matriarca entre sus vecinos que, como ella, se han ido haciendo mayores juntos. Hace unos años la conocí más a fondo. Fue gracias a un trabajo que realicé para el Instituto Nacional de Estadística, por el cual, tenía que visitar muchos hogares de la zona entregando la documentación para el censo. En cuanto se percató de mi misión no lo dudó un momento:

-Yo te acompañaré a algunas casas. Si vas sola no te abrirán la puerta...

Se ilusionó por mi trabajo casi más que yo misma. Cada día quedábamos para el siguiente y ahí estaba ella preparada, puntual y con la alegría contagiosa que la envolvía. Viví momentos muy entrañables con mi ocasional embajadora y sus vecinos, personas ya con una edad, que me demostraron cuanto la apreciaban.

Hace unos días, salía yo del mercado con mis compras cuando la vi en los contenedores de la basura que utilizan los vendedores para depositar los desechos de sus mercancías. En principio pensé que había acudido allí para lo contrario de lo que estaba haciendo. Pero observé que, con sumo cuidado, "recuperaba" las hojas de lechuga que a ella le parecían aprovechables. No daba crédito a lo que mis ojos contemplaban. Al llegar junto a ella la saludé y, seguramente, en mi rostro se esbozaba un asombro mal disimulado porque enseguida comenzó a explicarme:

-Con éstas hojas me hago unos hervidos muy buenos para cenar. No estamos para tirar comida...

Como otras muchas veces que nos hemos encontrado, acabamos sentadas en un banco del jardín que está enfrente del mercado. Su conversación seguía siendo muy atrayente y amena. Y le dejé que me contara...

Su nieta, independizada desde hacía dos años, llevaba varios meses en el paro, al igual que el novio, que trabajaba en la misma empresa y que, como tantas otras, ha cerrado sus puertas. Situación que les ha dejado arrasadas sus ilusiones y una hipoteca ineludible en el banco.

-Les ayudo un poco con mi pensión. Ellos la necesitan más que yo. No quiero que pierdan su piso...

Esas fueron algunas de sus frases que me llegaron al alma.

Después de un rato de charla, nos despedimos. Por arte de magia, las acelgas que yo había comprado estaban acompañando en esos momentos a las hojas de lechuga recicladas por Paquita, camino de su casa, sin que ella se hubiese dado cuenta del truco.
Las bolsas de mis compras pesaban más que cuando salí del mercado, o al menos eso me pareció. Pesaban demasiado si las comparaba con las de mi amable embajadora.

Por un momento, las flores que con fuerza lucían ya sus colores de primavera en el jardín que me separaba de mi casa, se nublaron. Unas lágrimas de tristeza e impotencia acudieron a mis ojos. No pude evitarlas.

Pasaron varios días en los que no volví a verla. Extrañada, me acerqué hasta su casa para interesarme por ella. En el portal coincidí con una vecina suya quien me dijo que, de momento, ya no vivía allí. Que había empezado a "hacer cosas raras", que confundía el día con la noche, que salía a limpiar la acera de madrugada y que, algunas veces, apoyada en el patio de la finca, esperaba a que su esposo regresara del trabajo para comer juntos...

Imagino donde vivirá ahora. Ojalá esté rodeada de personas que la cuiden, que la quieran y que, sobre todo, le proporcionen algo de esa alegría que ella ha derrochado siempre. Se lo merece. Y mucho.

Maat










9 comentarios:

Ardilla Roja dijo...

Tremendo Maat. Cuánto dolor mezclado con cariño desprenden tus palabras.

Yo a veces, cuando la vida se pone tan dura, pienso que es mejor perder el norte. Aunque a saber si no fue por eso por lo que lo perdió Paquita. Tremenda historia que por desgracia resulta tan cotidiana.

Un abrazo

Lujo dijo...

Hola Maat,
Desde hace unos días estoy algo sensible. En tono de broma te diría que la primavera me está afectando... :)

El relato que has contado me ha puesto la piel de gallina....
Estoy segura que Paquita estará en un lugar donde esté bien cuidada. Te aseguro que es muy sencillo querer a personas como ella.

La crisis, los despidos y toda esta bofetada económica está haciendo estragos en muchas familias.
Cuando me vence la desesperanza, pido a Dios que mañana sea un día un poco mejor para la gente que sufre. Así imagino que poco a poco desaparecerá todo lo que nos aflige.
Maat...eres un excelente ser humano...aquí lo has demostrado nuevamente.

Un abrazo, de corazón.

M.A dijo...

Hola, Maat. No tengo más remedio que romper ese silencio que me he impuesto para terminar algunas cosillas que tengo pendientes. Me paso por los blogs en los ratillos de descanso, pero no quiero dejar comentarios porque de otra forma no termino. Al leerte, no he podido por menos que "olvidarme" de esa regla con a que intento organizar mis días y dejarte un comentario. Tu relato me ha parecido magnífico. Te llega a borbotones. Está sumamente cuidado para mostrar sin muchas explicaciones lo que ocurre en algunas vidas que se torcieron en un momento.
Yo creo que Paquita ahora es cuando está recibiendo su premio, porque me imagino que ya no sufre si no tiene mucha conciencia de la realidad. También andará alimentada, cuidada y acompañada de otra gente. Ahora es cuando ella ha soltado esa nube maltrecha que llevaba agarrada a su vida aunque ella lo disimulara.
Ya ves, me enternece también la figura de la nieta; aunque si es joven, saldrá adelante. Todos tenemos derecho a dibujar nuestro camino de la forma que queramos y a equivocarnos, a aprender de los errores, a disfrutar cuando sale el sol y, en definitiva, a vivir nuestra propia vida.
Oye, Maat, envía este relato a algún concurso. No tanto por el premio, sino porque se aprecie la ternura y la elegancia con la que se puede contar una historia triste.
Un abrazo, me has dejado pasmada.

Lujo dijo...

Re hola Maat,

Me excuso por haberme pasado nuevamente por aquí...;)

Humildemente (pues no soy nadie)...te sugiero que sigas el consejo que apunta Mercedes. Preséntalo....por otro lado es un gran homenaje.

(Perdón por meterme donde no me llaman)
Un abrazo enorme.

Luz dijo...

:)
Me uno fuerte a ese ojalá, Maat

Marina dijo...

Es una historia muy bella que has contado con mucho amor.. Un saludo.

Any dijo...

Me llenó de pena este relato. Que habrá sido de Paquita? Donde vivirá ahora?
No sabés cuanta gente se vé revolviendo la basura aqui, chicos, viejos, gente de todas las edades, cada vez son mas. Y lo peor es que no se vislumbra una solución a corto plazo, al contrario.
Muy bien contado este episodio, me uno a la sugerencia de Mercedes para que lo des a conocer un poco mas masivamente.
un gran abrazo

Anónimo dijo...

En el fondo, muestras un gran corazón y grandes sentimientos. Un verdadero gusto leerte. Te felicito.

mar... dijo...

Me ha llegado al corazón, tanto la historia como tu manera de contarlo y el cariño que desprende.
Un abrazo de Mar