15 de marzo de 2013

Este jueves, un relato: La mano.



Tan solo hace unos días que la conocí. Ignoro su nombre, por eso le he adjudicado uno: Esperanza. Para elegirlo, me he inspirado en las funestas perspectivas que, a día de hoy, su vida ofrece.


Esperanza es una gorrilla. Desarrolla su «actividad» en una zona céntrica de la ciudad. Mi asistencia a un interesante cursillo sobre plantas aromáticas, me llevó a tener que aparcar en su zona varias tardes. Desde el primer momento me fijé en ella. La pantomima que utilizaba para ofrecer un hueco libre a los automovilistas, captó mi atención de inmediato. Los vistosos pingos que cubrían su enjuto cuerpo, más.

Esa tarde, Esperanza dirigía con mucho interés mi maniobra de aparcamiento. Más pendiente de sus manoteos que de mi coche, me acerqué demasiado a la acera y un rascón con el bordillo me hizo temer lo peor. Bajé a comprobar el posible daño causado a la rueda delantera. 


-¿Te ha ocurrido algo? ¿Puedo ayudarte? Ambas preguntas me descolocaron. «Ella» me ofrecía ayuda…A mí…


Me volví a mirarla. Unos ojos chispeantes esperaban respuesta. Les acompañaba una sonrisa que ponía al descubierto varios restos de dientes ennegrecidos en el marco de un rostro ajado prematuramente. Su aliento denotaba con generosidad su más reciente ingesta.


Algo me movió a quedarme a su lado e interesarme un poco por su vida. 



En un corto espacio de tiempo, supe que Esperanza malvive en los bancos de esa plazoleta, cuyo edificio principal es una antigua Iglesia. Le acompañan cuatro hombres con los que comparte sus horas y desdichas. Juntos, acuden asiduamente a comer a la Casade la Caridad, pero ese día, no le habían dejado pasar al comedor porque olía a alcohol.

-Las normas hay que cumplirlas, balbuceé…Y allí, con ese tema, sabes que son muy estrictos. Es por vuestro bien.

-Pero necesitamos calentarnos, pasamos mucho frío en la calle, me argumentó con un persuasivo mohin en su cara.

Pernoctan al raso, entre cartones, en un callejón próximo y de donde me comenta que los echa cada mañana la policía local a eso de las siete de la mañana.

A mi pregunta de si tiene familia, responde hablando de su «chico», a la vez que dirige mi atención hacia el banco donde parlotean cuatro hombres indiferentes a nuestra conversación. Y de nuevo sonríe.

-Es muy bueno. Se porta muy bien conmigo, apostilla.

-También tengo una hija. Pero está muy lejos. En Francia. Vive con su padre y, aunque no la puedo ver, me comunico de vez en cuando con ella por Faceebok.

Mi sorpresa, a esta altura de la conversación, fue mayúscula.

-¿Por Faceebok?, le pregunto malpensando que se estaba quedando conmigo…

-Sí, claro. Tiene una cuenta abierta solo para mi. Y cuando el día se me ha dado bien, me voy guardando dinero para acudir al locutorio por lo menos dos veces al mes. Me alegro tanto de saber de ella…

Acto seguido me preguntó si yo tenía cuenta en Facebook para poder comunicarse de vez en cuando conmigo. Le argumenté que cuando saliera de clase, tomaría nota de su cuenta.  

Eché mano al fondo del bolsillo de mi chaquetón y le entregué las monedas que tenía destinadas para pagar al Exmo. Ayuntamiento mi estancia en la zona azul. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver el estado de las manos de Esperanza. Resecas, enrojecidas, preñadas de pupas y arrugas, y tremendamente esqueléticas. Debajo de sus largas y enlutadas uñas se podían sembrar patatas…

Al ver las monedas que deposité en la palma de su mano, se emocionó y me preguntó si podía darme un abrazo. No me dio tiempo a responder. En un santiamén, me vi rodeada  por sus débiles y descarnados brazos que, aun así, me apretaron con fuerza a la vez que un sonoro beso se estampaba en mi mejilla.


La vi alejarse contenta al encuentro con su chico.


Lo primero que hizo fue mostrarle su mano con las monedas que yo le había entregado. (Y fueron pocas, las que solemos pagar en un parking) Después, de un salto, se sentó a horcajadas sobre él , rodeó su cuello y se fundieron en un interminable beso. 

Me he acordado varias veces de Esperanza. Pero sobre todo, me he acordado de sus manos, testigos fehacientes de la clase de vida que ha elegido...¿O no? 

LUPE

Más manos en el blog de Dorotea.



 



 


10 comentarios:

Tracy dijo...

Una tierna historia.

Dorotea dijo...

La cruda realidad de tus palabras me ha quitado el sueño que ya quería invadirme después de unas cuantas horas frente al ordenador. Me pregunto de qué me puedo quejar yo y mi lista habitual ha mermado bastante. Gracias, Maat, por hacerme recapacitar.
Un abrazo, amiga.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Hay gente que ele esa vida, otra que lamentablemente no encuentra cómo salir de ella. Espero que de ambas posibilidades, la de tu amiga sea la primera.
Un abrazo

Gaby* dijo...

Has extendido hacia nosotros las manos de Esperanza. Muchas como ella, vemos a diario, esperando por unas monedas, y posiblemente, nos estemos acostumbrando, ya que rara vez, nos entregamos a escuchar sus historias y a lo sumo les dejemos, alguna que otra moneda, como si nada...
Conmovedor relato, humano y sensible.
Besos!
Gaby*

Sindel Avefénix dijo...

Un relato que muestra una vida diferente, cruda y con tantas necesidades. A la vez es tierno y me deja un halo de tristeza.
Hermoso fue leerte.
Un beso.

Valaf dijo...

Una letra que me induce a pensar sobre lo mucho que nos quejamos y sin razón. Gracias por ello.

Un beso

Natàlia Tàrraco dijo...

Esperanza tiene unas manos auténticamente bellísimas, sabe dar una mano, esperanza.
Hay que ver como sortean la vida dura e injusta algunos espíritus singulares.
Lupe, encaminaste tu mano para trazar letras que salen a la calle y descubren vidas olvidadas. Besito cariñoso en domingo.

Ana Villalobos Carballo dijo...

Un relato, que a pesar de la cruda y triste realidad que nos muestra, encierra mucha ternura.
Unas manos las de Esperanza que son imagen de una dura vida, pero también hay otra mano que alguien le tiende, y que no solo le deja unas monedas si no que es capaz de escuchar su historia. Probablemente Esperanza esté acostumbra a que le den monedas pero no a que la escuchen.
Ha sido un verdadero placer leerte.

Un beso

Ana

Anónimo dijo...

Lupe, a pesar de la aspereza de esas manos, en ese momento estaban siendo tremendamente hermosas porque estaban mostrando la gratitud que habitaba en el alma de su dueña. Tanto si eligió como si no lo hizo la vida que llevaba, la misma no había socavado en ella la capacidad de sonreir, de amar y agradecer.
Mi ha encantado tu relato.
Un fuerte abrazo.

San dijo...

Realmente tierna la forma de contar tanta dureza, una persona que vive como puede y que aún así como dice Pepe no ha perdido esa capacidad de amar y agradecer. Me gustaron estas manos.
Un abrazo.