Hoy, quiero compartiros un suceso que me ha ocurrido este mediodía y que desgraciadamente, cada día viene siendo más habitual. Nos estamos acostumbrando a que esas cosas ocurran. Que ya formen parte de nuestra vida diaria. Que les demos el carácter de pura anécdota. Os cuento.
Después de disfrutar de una buenísima mascletá, me dirigía en compañía de unos amigos al encuentro de mi esposo (él contempla el espectáculo más alejado que yo...) para regresar a casa. Las calles, en esos momentos, son un río de gente en todas direcciones. Yo iba de charla con una amiga. Detrás mismo de nosotras venía su esposo.Todavía nos duraba la emoción de los últimos segundos de la mascletá y hacíamos planes para la próxima cuando he notado un pequeño movimiento en mi bolso. Lo llevaba colgado en bandolera, atravesado, y es muy pequeño, tipo cartera. Instintivamente he bajado la mirada hacia él y he visto que tenía la cremallera casi abierta. En una reacción rápida he mirado a mi izquierda y con la mayor de las sorpresas me he encontrado "pegada" a mi a una joven menuda, de tez muy blanca, casi os diría que de un blanco enfermizo, de aspecto muy descuidado, y enseguida me he percatado de la situación. Había intentado robarme el billetero del interior de mi bolso. En unas décimas de segundos he recordado "todo" lo que llevaba en él, tarjetas de compra, tarjetas de banco, tarjeta seguridad social, carnet Biblioteca, DNI,....y he montado en cólera.
-¿que quieres de mi bolso, sinvergüenza?- le he gritado. Y os digo la verdad, por un momento, creí que perdía el control y le daba dos "galletas". Pero en ese momento me he encontrado con sus ojos. Y que ojos. Muy claros, no sabría describir su color, solo he encontrado en ellos terror.
Después de cruzar una mirada conmigo, ha dirigido la vista alrededor buscando a alguien. Reclamando ayuda. Trabajan con tanta "discreción", que imagino que pocas veces se encontrarán con una víctima respondona como yo. Seguramente, cerca, algún compiche esperaba su "captura" para salir corriendo. Ha dado media vuelta y ha comenzado su huida. La he dejado ir. Mi primera intención ha sido retenerla pero en una mezcla intensa de sensaciones, creo que he hecho lo mejor. Dejarla ir. He pensado que esa chica estaba realizando "su trabajo" forzada. Una profesional no tiene esos ojos de pánico que no consigo olvidar. Era demasiado joven para haber elegido ese camino. No ha tenido tiempo material. La vida la ha colocado ahí, sin más.
Para entonces, y como suele ocurrir en estos casos, se ha parado gente a nuestro alrededor, una pareja de matrimonios jóvenes, con críos. Uno de los chicos me ha "animado" a que no la dejara marchar, a que me diera el ¿gustazo? de cogerla por los pelos... y en ese momento, al sentimiento de sorpresa que estaba viviendo se ha sumado el de miedo. Y digo bien. He sentido miedo. Miedo de ver la reacción de la gente. De como podemos complicarnos la vida en unas décimas de segundo. Y, sinceramente, me he alegrado de no hacerlo.
Este suceso, que se repetirá hasta la saciedad en estos días de fallas en las calles de Valencia, me refuerza en la idea de que no solo "hay que dejarlos entrar en el país", (esta chica era de una zona muy cercana a nosotros) y dejarlos perdidos a su suerte, que en muchos casos, irrumpe directamente en la nuestra. Hay que hacerles sitio, de acuerdo, pero con los mismos derechos y obligaciones que tenemos los que ya estamos aquí. Tienen que vivir cada día. Y nosotros también. Y a ser posible, bien. Tenemos derecho a ello.
Escribiendo estas cosas me ha venido a mi mente un suceso que presencié hace muchos años. (Joer, que mayor soy...) Iba en el autobús camino de mi casa. No habíamos efectuado más que dos o tres paradas, cuando alguien gritó que le habían quitado la cartera. Nos quedamos atónitos mirándonos unos a otros... A los que conocéis Valencia os diré que esto ocurrió a la altura de la Estación del Norte, y entonces, el avispado conductor siguió el recorrido del autobús sin realizar más paradas, atravesamos toda la calle Alcoy, Germanías, y enfiló por la Avenida de José Antonio hasta llegar a una estatua de este último, en la que siempre había dos policías. Desde la ventanilla les hizo señales para que vinieran al autobús. Y lo hicieron. Uno de ellos se quedó en la acera, en la misma puerta del vehículo. El otro, se paseo por el interior mirándonos a todos. En un momento dado se dirigió a un señor mayor y le dijo: "dame la cartera". El hombre, sin inmutarse, se echó la mano dentro de la chaqueta y sacó una cartera que depositó en las manos del policía, este le cogió del brazo y solamente le dijo: vamos. No sé los demás, pero yo me quedé de piedra. Todavía recuerdo la escena con detalle. Pero ahí no acabó todo. Después de entregar la cartera a su dueño y comprobar que no faltaba nada y cuando ya se iba el policía con el señor mayor, pasó por el lado de un joven y mirándolo le dijo: tú también. Y el joven, sin decir ni pío, les siguió. Cuando el autobús se puso en marcha de nuevo aún alcancé a ver a los dos, cara a la pared, con el cuerpo en forma de X y dejándose "cachear" por los policías. Para mi, que era una adolescente, la sagacidad de ese policía me impactó. Solo con mirarnos supo, ya no quien tenía la cartera, sino también, quien la había sustraído. Chapó.
Ni que decir tiene que ahora no pretendo que pase lo mismo. Pero...¿no sería posible un término medio? De acuerdo, "aquello" no, pero lo de ahora TAMPOCO.
¡Venga, va, políticos recién seleccionados....a ver si somos capaces de abandonar insultos y reproches mutuos y comenzáis a trabajar en la elaboración de leyes más acordes a la actualidad, en beneficio de todos, incluidos vosotros, que al final de la historia, para eso estáis ahí...
MAAT
Después de disfrutar de una buenísima mascletá, me dirigía en compañía de unos amigos al encuentro de mi esposo (él contempla el espectáculo más alejado que yo...) para regresar a casa. Las calles, en esos momentos, son un río de gente en todas direcciones. Yo iba de charla con una amiga. Detrás mismo de nosotras venía su esposo.Todavía nos duraba la emoción de los últimos segundos de la mascletá y hacíamos planes para la próxima cuando he notado un pequeño movimiento en mi bolso. Lo llevaba colgado en bandolera, atravesado, y es muy pequeño, tipo cartera. Instintivamente he bajado la mirada hacia él y he visto que tenía la cremallera casi abierta. En una reacción rápida he mirado a mi izquierda y con la mayor de las sorpresas me he encontrado "pegada" a mi a una joven menuda, de tez muy blanca, casi os diría que de un blanco enfermizo, de aspecto muy descuidado, y enseguida me he percatado de la situación. Había intentado robarme el billetero del interior de mi bolso. En unas décimas de segundos he recordado "todo" lo que llevaba en él, tarjetas de compra, tarjetas de banco, tarjeta seguridad social, carnet Biblioteca, DNI,....y he montado en cólera.
-¿que quieres de mi bolso, sinvergüenza?- le he gritado. Y os digo la verdad, por un momento, creí que perdía el control y le daba dos "galletas". Pero en ese momento me he encontrado con sus ojos. Y que ojos. Muy claros, no sabría describir su color, solo he encontrado en ellos terror.
Después de cruzar una mirada conmigo, ha dirigido la vista alrededor buscando a alguien. Reclamando ayuda. Trabajan con tanta "discreción", que imagino que pocas veces se encontrarán con una víctima respondona como yo. Seguramente, cerca, algún compiche esperaba su "captura" para salir corriendo. Ha dado media vuelta y ha comenzado su huida. La he dejado ir. Mi primera intención ha sido retenerla pero en una mezcla intensa de sensaciones, creo que he hecho lo mejor. Dejarla ir. He pensado que esa chica estaba realizando "su trabajo" forzada. Una profesional no tiene esos ojos de pánico que no consigo olvidar. Era demasiado joven para haber elegido ese camino. No ha tenido tiempo material. La vida la ha colocado ahí, sin más.
Para entonces, y como suele ocurrir en estos casos, se ha parado gente a nuestro alrededor, una pareja de matrimonios jóvenes, con críos. Uno de los chicos me ha "animado" a que no la dejara marchar, a que me diera el ¿gustazo? de cogerla por los pelos... y en ese momento, al sentimiento de sorpresa que estaba viviendo se ha sumado el de miedo. Y digo bien. He sentido miedo. Miedo de ver la reacción de la gente. De como podemos complicarnos la vida en unas décimas de segundo. Y, sinceramente, me he alegrado de no hacerlo.
Este suceso, que se repetirá hasta la saciedad en estos días de fallas en las calles de Valencia, me refuerza en la idea de que no solo "hay que dejarlos entrar en el país", (esta chica era de una zona muy cercana a nosotros) y dejarlos perdidos a su suerte, que en muchos casos, irrumpe directamente en la nuestra. Hay que hacerles sitio, de acuerdo, pero con los mismos derechos y obligaciones que tenemos los que ya estamos aquí. Tienen que vivir cada día. Y nosotros también. Y a ser posible, bien. Tenemos derecho a ello.
Escribiendo estas cosas me ha venido a mi mente un suceso que presencié hace muchos años. (Joer, que mayor soy...) Iba en el autobús camino de mi casa. No habíamos efectuado más que dos o tres paradas, cuando alguien gritó que le habían quitado la cartera. Nos quedamos atónitos mirándonos unos a otros... A los que conocéis Valencia os diré que esto ocurrió a la altura de la Estación del Norte, y entonces, el avispado conductor siguió el recorrido del autobús sin realizar más paradas, atravesamos toda la calle Alcoy, Germanías, y enfiló por la Avenida de José Antonio hasta llegar a una estatua de este último, en la que siempre había dos policías. Desde la ventanilla les hizo señales para que vinieran al autobús. Y lo hicieron. Uno de ellos se quedó en la acera, en la misma puerta del vehículo. El otro, se paseo por el interior mirándonos a todos. En un momento dado se dirigió a un señor mayor y le dijo: "dame la cartera". El hombre, sin inmutarse, se echó la mano dentro de la chaqueta y sacó una cartera que depositó en las manos del policía, este le cogió del brazo y solamente le dijo: vamos. No sé los demás, pero yo me quedé de piedra. Todavía recuerdo la escena con detalle. Pero ahí no acabó todo. Después de entregar la cartera a su dueño y comprobar que no faltaba nada y cuando ya se iba el policía con el señor mayor, pasó por el lado de un joven y mirándolo le dijo: tú también. Y el joven, sin decir ni pío, les siguió. Cuando el autobús se puso en marcha de nuevo aún alcancé a ver a los dos, cara a la pared, con el cuerpo en forma de X y dejándose "cachear" por los policías. Para mi, que era una adolescente, la sagacidad de ese policía me impactó. Solo con mirarnos supo, ya no quien tenía la cartera, sino también, quien la había sustraído. Chapó.
Ni que decir tiene que ahora no pretendo que pase lo mismo. Pero...¿no sería posible un término medio? De acuerdo, "aquello" no, pero lo de ahora TAMPOCO.
¡Venga, va, políticos recién seleccionados....a ver si somos capaces de abandonar insultos y reproches mutuos y comenzáis a trabajar en la elaboración de leyes más acordes a la actualidad, en beneficio de todos, incluidos vosotros, que al final de la historia, para eso estáis ahí...
MAAT
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