Esta semana, la idea de Pepe sobre el tema del relato juevero me ha causado una placentera sensación. De un tiempo a esta parte, he observado que en mi circulo más próximo evocamos con cierta frecuencia vivencias del pasado que hemos tenido la suerte de compartir. No dudo que es fruto de la edad, porque no quiero creer que son épocas que echamos de menos. ¿O si?
Hay días que incluso mentalmente me comparo con aquel gracioso personaje: el abuelo Cebolleta, cuando me apasiono relatando ciertas vivencias que el tiempo ha ido transformando en entrañables. Seguramente alguno de vosotros lo recordará. Celebridad que cobró vida en el TBO de la mano de Manuel Vázquez allá por los años cincuenta y que nos deleitó con sus divertidas peripecias familiares hasta entrados lo setenta.
Buscando entre mis recuerdos un hecho que traeros a través de mi relato he seleccionado una imagen de mi familia que me encanta rescatar del "disco duro".
Era algo tan sencillo como ayudar a mi madre en sus quehaceres culinarios. Y una de esas ayudas, tomaba forma una noche a la semana, justo el día antes de que nos preparara para comer sus exquisitas lentejas.
Era un perfecto ritual. Una vez retirados de la mesa todos los restos de la cena, mi madre colocaba un mantel especial para la selección de las lentejas. Depositaba en la mesa un cacharo con agua para ir zambulléndolas y de la pequeña tinaja color amarillo veteada en verde, sacaba 12 medidas de las legumbres que iba amontonando en el centro de la mesa. Disponía un cuenco pequeño para ir depositando las molestas piedrecillas que se escondían entre los diminutos discos pardos, y que no se nos podía escapar ninguna. Esa era la misión encomendada.
Era un trabajo para las mujeres de la casa. Mi padre nos observaba desde su butaca, mientras picaba sus puros caliqueños que le llegaban de contrabando-nunca supimos a través de quien-y que convertía con maestría envidiable en los cigarrillos que consumiría a lo largo del día siguiente. A su lado, mi hermano, trajinaba con una sufrida caja de puros que al final logró convertir en una radio, llegando a sintonizar nada menos que emisoras de habla francesa.
La única que intentaba escaquearse y la mayoría de las veces lo conseguía era mi hermana Pilar que se perdía en el cuarto de baño con la excusa de desmaquillarse y embadurnarse el rostro con sus potingues, tarea que consideraba mucho más atrayente que la de las lentejas.
Eran momentos únicos. Se hablaba de lo acontecido durante el día, de los proyectos para el día siguiente. Cantábamos, reíamos...Disfrutábamos en familia de cosas aparentemente intrascendentes que nos hacía sentirnos felices. Asi. Sencillamente felices...
Gracias, Pepe, por esta mirada retrospectativa a la que nos has conducido.
Lupe
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15 comentarios:
Me encanta tu mirada, Lupe. Escena familiar entrañable en tareas que hoy no se entenderían, como eliminar las partículas pétreas que invariablemente acompañaban a las lentejas. Te confieso que yo también lo he hecho. O moler el café en aquellas maquinillas manuales a base de engranaje, manivela y el cajoncillo de madera donde caía. Escenas familiares y escenarios donde la convivencia era estrecha, muy estrecha.
Gracias por compartirlo con nosotros.
Un abrazo.
Me ha encantado tu relato, Lupe!...nos has traído con sencillas palabras pero toda la calidez, un retrato preciosos de tu infancia que llevas atesorado en tu memoria como lo que es, un maravilloso recuerdo que te de fuerzas y estimula tu presente.
Un placer leerte.
Un abrazo.
Yo también recuerdo situaciones parecidas a esta que comentas en algunos momentos de mi infancia. Concretamente el recuerdo de las lentejas era todo un ritual y creo que muy universal, un día a la semana nos sentábamos todos alrededor de la mesa e íbamos retirando las piedrecillas de las lentejas como cuentas ent5re chascarrillos y conversaciónes. Suena entrañable, el recuerdo aun lo es más.
Un abrazo
Las cosas cotidianas, se convierten en recuerdos y cuando hechamos la vista atrás, nos parecen estupendos aquellos tiempos.
Saludos!
Lupe, qué agradable recuerdo, yo también he ayudado en esa tarea a mi abuela.
Hay tantos buenos momentos compartidos en la cocina.
Me ha encantado tu mirada.
Un beso.
Leonor
para empezar, TARJETA ROJA A MIS COMPAÑEROS DE JUEVES POR HABERME DEJADO SER EL PRIMERO EN LEER Y COMENTAR TU TEXTO.
no me parece de recibo que a estas alturas sea yo el primero...
una vez dicho esto...ajjaj, ¿haste puesto tu nombre de verdad para el blog?
ayer me acordaba de ti por que estaba viendo un documental a cerca de los orígenes del antiguo egipto. y cómo no, salía el ORDEN a colación, es decir, EL MAAT...
por otra parte, YO TAMBIÉN ESCOGÍ LENTEJAS, ES DECIR, LAS SEPARÉ DE SUS ROCASSSS...JAJAJAJ.. sólo que a mí se me colaba más de una de esas rocas...jajajaj
medio beso, lupe-maat.
Las cosas más sencillas a veces nos provocan los recuerdos más hermososos, como esa escena de la cocina desgranando las lentejas, supongo que eran momentos en que tu madre y tu misma estábais juntas y podíais hablar de vuestras cosas.
Bonito recuerdo.
Un abrazo
Da nostalgia leerte. De la buena, la que entibia el alma. Buena narradora como sos, tu relato es excelente y nos ubica en ese momento tan perfecto, de una belleza cotidiana,de esa que hoy nos hace tanta falta...
besos, Lupe (no, mejor muchos achuchones)
me encantó la foto de portada de tu blog...!!
Me has hecho disfrutar con tu relato, escenas comunes en mis recuerdos y no quiero decir eso de "cualquier tiempo pasado fue mejor" pero que nítido cliché de infancia y adolescencia nos dejas, amiga.
Un besazo
Hola Lupe, yo también ayudé a "limpiar" las lentejas, je, je, y como dice Pepe, me encantaba darle vueltas al molinillo de café, que por cierto conservo uno.
Me encantó tu mirada, me trajo muchos recuerdo, y aparte de las lentejas, me gustaba mucho el abuelo Cebolleta. Besitos.
Yo también me uno al grupo de los que hemos ayudado a limpiar las lentejas quitando las piedrecitas y las lentejas negras, qué recuerdos más bonitos, quizá por la sencillez!
Nos puedes contar más cosas abuela cebolleta? jajaja
Un beso.
Hermosa mirada retrospectiva nos traes Lupe. Esos momentos únicos en familia, donde cada uno tenía una tarea adquirida, donde había diálogo entre los miembros de la familia, y se consideraba sagrado sentarse a la mesa para cenar. Ya nada es lo mismo, por eso me encantó tu relato.
Un beso.
Me has recordado algo semejante. Cuando mi madre iba a hacer habas, la noche anterior las pelábamos. Íbamos extrayéndolas de la vaina viendo la TV y comentando lo que la película o serie nos sugería.
Tal vez eso tenga que ver en que me gusten tanto las habas.
Besos.
Vuelvo a escribir el comentario que Blogger está haciendo de las suyas...
De pequeña yo también buscaba las piedrecitas de las lentejas, era de las pocas cosas que me gustaban y mi madre no ponía problemas... ¡qué recuerdos!
Besos
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