12 de agosto de 2011

Este jueves, un relato: La playa.





Era mi primer día de playa de la temporada. Ya había conseguido esquivar los pequeños rayos de sol que intentaban colarse por la sombrilla y acariciar mi rostro. El ritual de pintarrajear mi cuerpo serrano con crema de alta protección, finalizado. Una ligera y fresca brisa había decidido acompañarnos en esa mañana soleada trayéndonos el inconfundible aroma del mar. Transcurridos los primeros momentos deleitándome con el paisaje que me rodeaba y, sintiéndome una verdadera privilegiada por vivir en una ciudad con mar,tomé uno de mis libros preferidos de poemas-de Pedro Salinas- dispuesta a gozar de sus versos mientras llegaba la hora del baño-soy muy escrupulosa con el tema de las digestiones-.

Perdóname por ir así buscándote tan torpemente, dentro de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú...

Unas voces próximas me hicieron girar la mirada hacia ellas y captaron totalmente mi atención. Eran cinco personas, dos parejas jóvenes y un niño de unos 5 o 6 años. Los adultos eran invidentes y caminaban en fila, enlazados entre si. El niño era su lazarillo. Llegaron envueltos en risas y cantos. Y a partir de ese momento, mi tiempo fue para ellos. Transmitían algo especial que te enganchaba a contemplarlos. ¿Su alegría...? tal vez. Acomodados sus bártulos en las hamacas playeras que el hotel tiene dispuestas en la arena, marcharon hacia el mar de la misma forma que habían llegado. Después de un alegre baño en el que contagiaron su entusiasmo a todos los presentes-que como yo, no dejaban de contemplarlos- y sujetos a un enorme flotador amarillo que les mantenía unidos mientras jugaban entre las pequeñas olas del mar, salieron a la orilla a tomar el sol, y uno de ellos, el padre del niño, comenzó a hurgar en la húmeda arena y a construir un castillo bajo la atenta mirada e instrucciones del pequeño.

De repente, me di cuenta que el mar era mucho más grandioso de lo que en un principio me parecía, el cielo lucia otro azul más especial, casi había hecho las paces con la engorrosa arena que se pegaba a mis pies...todo cuanto me rodeaba cobró otra dimensión. El poder ver y disfrutar de ese entorno, me emocionó. El grupo de invidentes nos estaban dando una lección valiosisima. Eran, sin duda, la gente más feliz que en aquellos momentos pisaba esa pequeña playa. Cantaban, reían y nos hacían participes de su entusiasmo. Me alegré infinito de su presencia y convirtieron mi primer día de playa, en un día muy especial. Un día de saber dar las gracias por tantas cosas...

Maat



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