9 de enero de 2009

El caballero de la llave inglesa

Hoy, he vivido una experiencia curiosa. A primera hora de la tarde debía pasar revisión con mi cirujano, y ha coincidido que tenía el día "libre", es decir, que nadie de los míos comía hoy en casa. Como de vez en cuando me gusta darme premios o compensaciones, me he montado el día lo mejor posible. Alguna ventaja hemos de disfrutar los parados de larga duración, atascados en medio de la circulación laboral, sin que ningún semáforo verde se encienda para darnos paso.

Mi premio hoy ha consistido en no entrar en la cocina. Comería fuera de casa, y después de la visita médica, me daría una vuelta para ver "las rebajas". Y digo ver las rebajas, porque soy una de esas personas patosas que no encuentran nunca nada entre las miles de ofertas que tenemos estos días al alcance de la mano. Por lo menos, eso nos dice la publicidad. Hasta un 60% de descuento...

Pues bien, el sitio elegido para mi comida ha sido un bar de tapas, uno de mis preferidos del centro de Valencia, y del que soy clienta hace mucho tiempo. Tiene la particularidad de que los camareros son los de siempre, los de hace muchos años, y a los que he visto ir haciéndose mayores a la vez que yo. Y las tapas son exquisitas.

El problema ha sido, que como yo, muchas personas habían elegido ese sitio para comer. Y he tenido que hacer cola en "segunda fila" de mostrador, esperando hueco, para poder atacar de lleno a ese plato de calamares con ajoaceite que desde el mostrador me estaba diciendo "cómeme". No he tenido que aguardar mucho. En pocos minutos, unos espectaculares cefalópodos estaban a mi disposición, con su isla de ajoaceite, dispuestos a elevar mis niveles de colesterol. Pero un premio es un premio. Y hoy...tocaba.

A los pocos minutos, una pareja que tenía al lado han terminado su consumición y se han marchado. Su lugar lo ha ocupado un señor muy alto, bien vestido, que ante mi sorpresa, -y no pequeña- ha dejado en el mostrador, justo al lado de mi plato del pan, una enorme llave inglesa, que ofrecía una peculiar imagen con las gambas al ajillo y los boquerones que tenía justo, detrás.
En cuestión de segundos, y sin que llegara a pedir nada, uno de los camareros le ha traído un plato de ensaladilla y una caña. Sin inmutarse. Como la cosa más natural del mundo. Tengo que reconocer, que desde ese mismo momento, mis ojos han estado más pendientes de la dichosa llave inglesa que de mis deliciosos calamares. No sé, me daba la sensación de que, de un momento a otro, este apacible señor, iba a coger la plateada herramienta y la iba a emprender contra las vitrinas de cristal del mostrador. Pero no ha sido así. A Dios gracias. Muy al contrario. De vez en cuando, dejaba el tenedor en el plato y cogiendo la llave inglesa, accionaba la rosca, a la vez que entonaba una estrofa-siempre la misma- de una canción de Julio Iglesias, "has sido tú", "has sido tú". Alucinante. Estoy segura, que desde el año 1892 en que Johan Petter Johansson, patentó dicha herramienta, nunca se habrá utilizado como en ese momento lo hacia mi vecino de barra, quien ha terminado su consumición antes que yo, y después de abandonar el establecimiento, alguien que lo conocía, me ha explicado que lleva una temporada larga en esas condiciones, y que va con la llave inglesa porque, según sus palabras, "quiere arreglar el mundo". Atónita me ha dejado el tema.

Después de la visita al médico, se me ha torcido un poco la tarde. Iba con la ilusión de que me diera el alta, pero no ha sido así. Tengo que esperar un poco más. A pesar de mi bajón, me he acercado a un centro comercial para dar una mirada a esas ofertas tan irresistibles. El panorama era abrumador. Montañas de piezas de ropa en las bateas, estanterías de las que colgaban prendas en todas las posturas imaginables, jerséis por el suelo... Me he dado ánimos y delante de un revoltijo de suéters he buscado un color de los míos. No era fácil. Al final, se asomaba uno que podría ser...he tirado de él con tan mala suerte, que alguien desde el otro extremo de la batea tiraba de la otra manga. Era una chica joven, nos hemos mirado y nos ha dado la risa.
-Es tuyo- le he dicho
En cuestión de segundos, me lo ha tirado delante -si, tirado- a la vez que me decía, "no es de mi talla". Y ha seguido removiendo las sufridas piezas con una soltura, que para mí la quisiera yo. En serio. El suéter en cuestión tenía un cuello interminable, por lo que lo he dejado de nuevo en el montón, a merced de todas esas manos que pululaban a mi alrededor.

Agobiada por la gente, los empujones, el desastre reinante, la temperatura y porque no me habían dado de alta-no se me olvidaba-, he decidido abandonar la nave y marcharme a ver si encontraba algo para mi esposo. Lo tengo mal acostumbrado. No le gusta ir de compras. Y en rebajas, mucho menos. En la planta de caballero había un poco más de tranquilidad. Después de una primera vuelta he recalado delante de un polo que seguramente sería de su agrado. Un detalle me ha hecho recelar. La prenda no tenia precio. Este, había sido "rascado". Me he dirigido a una de las cajas para preguntarlo. Una amable señorita ha escaneado la etiqueta y con la mayor de las sonrisas me ha dicho:
-ahora se le queda en 92 euros-
-¿Se me queda? ¿Que precio tenía antes? le he contestado trantando de sonreír igual que ella
-esta prenda costaba 230 euros, es de pura lana virgen-
Después de darle las gracias por su amabilidad y decirle que aún así, se escapaba de mi presupuesto, he abandonado las rebajas. Camino del parking, -tengo que reconocerlo-, me he ido fijando en las personas, que cargadas de bolsas con sus compras, salían satisfechas. ¡Qué envidia!

Había anochecido cuando he pisado la calle. En mi coche ya sonaba Maná. Sus canciones son una buena ducha para mi alma. Me iba a venir muy bien su compañía. Mi Visa y yo, volvíamos, en ese momento, felices hacia casa. Ella, virgen esa tarde, como el suéter de 92 euros, y yo, escuchando mi música preferida...


Maat

2 comentarios:

El desván de la memoria dijo...

Magnífico texto, Maat. Te felicito, me ha gustado mucho.
Un saludo,
Ramón

Anónimo dijo...

Me ha gustado el estilo con que lo has escrito, con mucha fluidez y una mezcla de humor y leve ironía....
Jerónimo