Aprovechando los días de Semana Santa que este país, (declarado laico), conmemora en todos sus rincones, hice una escapada a Madrid. Ya llevo tiempo queriendo visitar el Museo del Prado y pensé que éstas fechas eran propicias para perderme entre obras de arte.... Lo malo, es que como yo, pensaron miles de personas, de todas las nacionalidades imaginables. Lo bueno, que una mayoría era gente joven. Para que luego digan... Por suerte, y sin que sirva de precedente, hice caso a mi esposo y madrugamos para estar en la puerta del Museo del Prado "de los primeros". Ya había personal cuando llegamos, pero nada comparado con lo que había horas más tarde. Aquí os dejo unas fotos de las colas y no se ve donde terminan... Pero la gente aguantó horas y horas con tal de poder entrar y contemplar lo que allí se expone.
Esta era una de las entradas al museo, la de los Jerónimos, por la que yo entré. La cola comenzaba aquí....
y seguía, seguía.....
Otra de las puertas, quizá la más espectacular de gente fue la de Velázquez. Juzgar vosotros mismos....
Principio....
sin fin.... y sin palabras.
A los que ya habéis estado en el museo poco puedo deciros. Y a los que todavía no lo conocéis solo deciros que en la primera ocasión que se os presente, visitarlo. Es un verdadero lujo tener la posibilidad de hacerlo. Hay que aprovecharla.
Pero quiero comentaros solamente uno de los cuadros que disfruté y que ya lo conocía por imágenes , pero nada comparado con estar delante y verlo "en directo". Me dejó impresionada.
Se trata del Cristo crucificado de Velázquez. Es un óleo sobre lienzo pintado sobre el año 1632, y que me conmovió desde el primer instante que me coloqué frente a él para admirarlo.
Es una representación serena de un Cristo inerte, apolíneo en sus proporciones, y clavado con cuatro clavos según aconsejara el maestro y suegro del pintor Francisco Pacheco. Se trata de una soberbia representación del cuerpo desnudo del crucificado, cuya anatomía está sutilmente modelada por una luz descendente desde el extremo superior izquierdo del cuadro, con un fondo uniformemente sombrío, a la tenebrista manera de Caravaggio. La serena perfección clásica de la figura se ve, no obstante, animada por el efectista detalle dramático de caer parte de la melena de Cristo sobre una mitad del rostro, que así queda cubierta, a la vez que acentúa la sombra en la otra mitad. El cuadro procede de la sacristía del convento madrileño de monjes Benedictinos de la Encarnación de San Plácido. Llegó al Prado en el año 1829 y se considera el Cristo más célebre de los que pintó Velázquez y una de sus mejores composiciones religiosas. Existe una leyenda sobre este cuadro muy curiosa y romántica. Parece ser que el cuadro fue pintado a instancias de Felipe IV, para expiar su enamoramiento de una joven religiosa. Otra leyenda da por seguro, que una campana del convento tañía lúgubre y milagrosamente avisando del peligroso extravío del monarca...
Os aseguro que solo por ver este cuadro ya vale la pena acudir al Museo. Por lo menos para mí.
Los datos que cito sobre el cuadro son notas recogidas al pie del mismo y de la guía de la sala de Velázquez, que la Fundación Amigos del Museo del Prado edita para ayudar al visitante en su recorrido por las distintas salas del Museo. Iniciativa digna de agradecimiento, que facilita y mucho el conocimiento de las obras expuestas.
MAAT
y seguía, seguía.....
Otra de las puertas, quizá la más espectacular de gente fue la de Velázquez. Juzgar vosotros mismos....
Principio....
sin fin.... y sin palabras.
A los que ya habéis estado en el museo poco puedo deciros. Y a los que todavía no lo conocéis solo deciros que en la primera ocasión que se os presente, visitarlo. Es un verdadero lujo tener la posibilidad de hacerlo. Hay que aprovecharla.
Pero quiero comentaros solamente uno de los cuadros que disfruté y que ya lo conocía por imágenes , pero nada comparado con estar delante y verlo "en directo". Me dejó impresionada.
Se trata del Cristo crucificado de Velázquez. Es un óleo sobre lienzo pintado sobre el año 1632, y que me conmovió desde el primer instante que me coloqué frente a él para admirarlo.
Es una representación serena de un Cristo inerte, apolíneo en sus proporciones, y clavado con cuatro clavos según aconsejara el maestro y suegro del pintor Francisco Pacheco. Se trata de una soberbia representación del cuerpo desnudo del crucificado, cuya anatomía está sutilmente modelada por una luz descendente desde el extremo superior izquierdo del cuadro, con un fondo uniformemente sombrío, a la tenebrista manera de Caravaggio. La serena perfección clásica de la figura se ve, no obstante, animada por el efectista detalle dramático de caer parte de la melena de Cristo sobre una mitad del rostro, que así queda cubierta, a la vez que acentúa la sombra en la otra mitad. El cuadro procede de la sacristía del convento madrileño de monjes Benedictinos de la Encarnación de San Plácido. Llegó al Prado en el año 1829 y se considera el Cristo más célebre de los que pintó Velázquez y una de sus mejores composiciones religiosas. Existe una leyenda sobre este cuadro muy curiosa y romántica. Parece ser que el cuadro fue pintado a instancias de Felipe IV, para expiar su enamoramiento de una joven religiosa. Otra leyenda da por seguro, que una campana del convento tañía lúgubre y milagrosamente avisando del peligroso extravío del monarca...
Os aseguro que solo por ver este cuadro ya vale la pena acudir al Museo. Por lo menos para mí.
Los datos que cito sobre el cuadro son notas recogidas al pie del mismo y de la guía de la sala de Velázquez, que la Fundación Amigos del Museo del Prado edita para ayudar al visitante en su recorrido por las distintas salas del Museo. Iniciativa digna de agradecimiento, que facilita y mucho el conocimiento de las obras expuestas.
MAAT
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