18 de noviembre de 2007

Un domingo en el campo

Hoy, el día era precioso, y como consecuencia de estar a mediados de Noviembre, fresquito. En compañía de unos amigos, hemos hecho una escapada al campo. Tenemos alquilada una casita en una aldea del interior, en plena montaña. Es un lugar ideal para encontrar unas horas de relajación y de "olvidarte" del ritmo frenético en que muchas veces vivimos. Nada mejor que rodearte de naturaleza. La aldea que os cuento, a pesar de estar tan sólo a una hora de distancia de Valencia, es un pedacito de cielo. A lo sumo, habrán unas 14 viviendas, pero habitadas todo el año, solamente dos. Podéis imaginaros la tranquilidad que impera en toda la aldea. De agradecer. Hemos llegado relativamente temprano. Lógicamente la vivienda estaba fría y el primer trabajo al que nos hemos dedicado ha sido encender un buen fuego en la chimenea.
Mientras se caldeaba el ambiente, nos hemos ido a dar una vuelta por el campo y disfrutar de lo poco que ya calienta el sol por estas fechas. Del último día que estuvimos, a hoy, el paisaje, siendo el mismo, ha sufrido cambios. Muchos árboles ya han perdido sus hojas y aguantan desnudos los primeros fríos. En lo ribazos, que normalmente están llenos de flores silvestres,-a las que acuden mariposas de todos los colores y tamaños-, apenas quedan algunas. La hierba verde que todo lo poblaba hacia sólo unos días, casi ha sido sustituida por matojos resecos.
Solamente unos cipreses, que están al borde de la carretera, como custodiando una vieja ermita que allí se encuentra, siguen frondosos, arrogantes, como desafiando al cielo con su mucha altura que han alcanzado a lo largo de bastantes años. Y casi sin querer, he comenzado a comparar todo lo que estaba viendo con nuestras propias vidas. Hay veces, que se instala el invierno en nuestras almas, que como las hojas de los árboles, se nos van "cayendo" las ilusiones, y llega el frío de la soledad, la tristeza, el desaliento, ese no poder más... y parece que en nuestro interior no queda nada de color que nos alegre el paisaje... La naturaleza en muchas ocasiones es un reflejo de nuestra vida. Sólo tenemos que pararnos un poco, contemplarla y aprender. Ahora, se trata de aguantar el frío, el aire, las lluvias, y en esta zona, seguro, la nieve, pero es inevitable que venga el invierno. Y pasará. Y llegará la primavera y poco a poco todo irá iluminándose, los árboles volverán a cuajarse de hojas, los pájaros vendrán a ellos a construir sus nidos, se llenará de nuevo el campo de miles de florecillas de todos los colores y en los lugares más inesperados, y las mariposas volverán a revolotear a su alrededor libando su néctar comenzando así un nuevo ciclo de su vida. El secreto está en ser fuertes, como esos cipreses y esperar. No es fácil. Pero hay que hacerlo.

La foto de la derecha es de una planta que tengo a la puerta de la casa. Este invierno pasado se heló. No quedó ni rastro de ella. Al llegar la primavera, comencé a "replantar" mis especies preferidas y cual fue mi sorpresa, que al coger ésta maceta, vi unas hojas diminutas que empezaban a asomarse. La dejé para ver con los días lo que salía de allí. Me conmovió comprobar que eran "los pendientes de la reina", que su simiente había permanecido allí y volvían a brotar. Hoy, aún tenía flores. Este año, imagino, también se helará, pero ya sé lo que ocurrirá la próxima primavera con ella.....

De los pocos vecinos que estos días puedes encontrarte en la aldea, hemos tenido la suerte de hacerlo con uno, -profesor de Instituto- que se dedica en sus ratos libres a la crianza y cuidado de animales. Y digo suerte, porque hemos tenido la oportunidad de ver de "cerca" este bonito ejemplar de águila Harris. Tiene cinco meses, y hoy, ha sido el primer día que ha entrado en contacto con otras personas que no fueran su criador, nosotros hemos sido los primeros a los que ha visto desde que nació. Me ha alegrado mucho que mi vecino haya dejado que le tomara unas fotos. Os aseguro, que aparte del respeto que da el observarla tan de cerca, ha valido la pena. Ha sido una bonita experiencia.

De regreso a la casa, nos hemos acomodado delante del fuego. El
mirar las llamas como van consumiendo la leña, es muy entretenido y relajante.... además, mi amiga, la de Michigan, a la que ya conocéis, en el último viaje que hizo a su "pueblo", nos trajo un bote de polvillo que en contacto con el fuego, se transforma en chispas de colores de lo más vistosas. Después de una agradable conversación a la que sin duda influye el calorcito del fuego, ha llegado la hora de comer. Cada uno trae "un poco" de comida, y claro, se convierte en un "mucho". Pero da igual, un día es un día. Mañana sólo fruta... En la sobremesa, "arreglamos" un poco este país nuestro. Y con el café nos hemos entregado a una entretenida partida de cartas...

Empezaba a anochecer cuando hemos emprendido el camino de regreso a la ciudad, a la "civilización". Ya habíamos recuperado fuerzas. Nos faltaba contemplar como se marchaba el sol.... y en pocos minutos, las sombras primero, y la oscuridad después, serían las dueñas de todo. Pero mañana, volverá el sol. Y acariciará los picos de estas montañas que de noche se quedarán fríos, y volverá a traer vida. No recuerdo dónde lo leí, pero ahora, la cita, me viene bien para terminar mi relato del día: "por muy larga que sea la noche, siempre amanece...", incluso en nuestras almas.

MAAT













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