12 de julio de 2007

Recuerdo de la infancia

Os dije que tengo un carácter inquieto. Prueba de ello es que en este momento, "me he complicado la vida" con un taller on-line de escritura creativa. No os engaño si os digo, que dejando a un lado, lo que estoy aprendiendo, que es mucho, estoy disfrutando más de lo que esperaba cuando comencé el taller... Uno de los trabajos que he tenido que preparar ha sido el que ahora os presento. Teníamos que relatar un recuerdo de la infancia, y me surgió este. Espero que os guste.

Todavía hoy, no acabo de comprender, que nos movía a vivir reiteradamente, aquella travesura. Travesura que nos costaba cara casi todas las veces. Pero reincidíamos...
No puedo precisar la edad exacta que teníamos por aquéllas fechas. Eramos un grupo de amigos, que vivíamos en la misma calle. Era un día a la semana, ¿ lunes, jueves ?...
Por la tarde salíamos con toda prisa del cole, y después de recoger la merienda en nuestras casas nos bajábamos a la calle. A esperarnos. Por entonces los chicos iban a un colegio y las chicas a otro. No nos habíamos visto ese día. Pero todos eramos conscientes, que no podíamos llegar tarde. Al principio de mi calle,a tres manzanas de nuestro domicilio, se encontraba la estación del tren. Separaba dos grandes zonas de mi ciudad, pero entre esas dos grandes zonas, existía una pasarela que las abrazaba. Ese era nuestro destino. Con las meriendas todavía en la mano, y después de comprobar que no había ninguna persona mayor por la calle que nos delatara, salíamos corriendo hacía la estación. Lo teníamos totalmente prohibido...pero nos daba igual. La sensación que vivíamos en esa pasarela podía con todo. Atravesábamos la distancia que nos separaba de la estación en pocos minutos. Cuando por fin llegábamos a la pasarela, había que subir un montón de escalones y muy empinados. Recuerdo que siempre era el mismo niño quien llegaba primero, Manolín. Se paraba en lo alto de la escalera y miraba hacia el fondo de la estación, a lo lejos...
!ya viene! - daros prisa, nos gritaba.
Una vez arriba, seguíamos corriendo hacia el centro de la pasarela. Desde esa posición intentábamos adivinar por que vía iba a entrar el tren, y nos colocábamos encima de esa vía. Recuerdo que el corazón me latía acelerado. El esfuerzo de llegar hasta allí corriendo alteraba su ritmo. Poco a poco el tren, "nuestro tren" se iba acercando. Una nube de humo blanco le coronaba, e iba dejando una estela tras él. Era un tren con muchos vagones, y la máquina era enorme y toda negra. Cuando ya estaba cerca de nosotros, nos sujetábamos fuertemente a los barrotes de la barandilla de la pasarela esperando el momento mágico... El tren pasaba justo por debajo de nosotros y nos envolvía el humo blanco que generosamente salía de la máquina. El maquinista, que se asomaba por una ventanilla lateral, al vernos, hacía sonar el pito del tren, estruendoso, por un momento, no se veía nada, y quedábamos envueltos en esa nube de vapor, nos duraba unos segundos, pero era una sensación indescriptible... Todavía nos sobraba tiempo para ir corriendo a la otra parte de la barandilla y ver pasar el resto de vagones por debajo de nuestros pies. Maravilloso.
Nos esperábamos hasta que el tren llegaba al fondo de la estación y tranquilamente, nos volvíamos para casa. Bueno, tranquilamente, no. De regreso, íbamos pendientes de que no nos viera nadie que se pudiera "chivar". Pero la mayoría de las veces, no teníamos suerte. Nos descubrían. Por lo menos, a mi. A pesar de que nos quedábamos un buen rato jugando en la calle, al subir a casa, mi madre en cuánto me veía exclamaba:

-Es inútil que te prohíba que vayas a la pasarela, inútil explicarte que no debes salir de esta manzana. Ya sabes, el domingo no pisas la calle. Después de Misa, a casa. Y sin chistar...

Pero, ¿cómo era posible que supiera donde había estado? ¿Eran las madres adivinas?
Sólo con el paso de los años, mi madre me dio la explicación... El vapor del tren nos dejaba la ropa impregnada de un olor especial...que nos delataba.
Las madres, no eran adivinas. Y nosotros, éramos unos críos.


¿Os ha gustado? Si, ya lo sé. Desfasada. Nada que ver con los críos de hoy y sus "travesuras". Pero fue mi infancia, y una época que recuerdo con muchísimo cariño. Y precisamente de esa época aún conservo amigos. Y van....más de cuarenta años. Puf.
Manolin, hoy Manolo, es joyero. Y muy bueno. Es el único chico,de aquellos amigos, con el que mantengo contacto. En cambio, las chicas "somos más". Todos los jueves, desde hace varios años que las circunstancias nos lo permiten, nos reunimos a merendar. ¿Os imagináis lo que llevamos vivido juntas? Y lo que nos queda.....

María Amparo, ¿ves como si que te he hecho caso y lo he publicado en mi blog?

Besitos...

MAAT











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